52 retos: El valor que tenía
El valor que tenía |
Dinero, era todo lo que a él le interesaba. Cuando hablaban de las cosas que le gustaban, cuando ella quería estar cerca suyo, todo se reducía a dinero, a lo que pudiera comprar, a lo cualquier objeto material que ella pudiera tener.
—Mi tiempo es demasiado valioso para una cita. Elige algo —recordaba esas palabras que él le había dicho, dándole vía libre para que comprara lo que quisiera con su dinero, sin importar el precio. Y ella sólo quería un poco de tiempo con él.
—Gracias, lo pensaré —fue su respuesta y nunca sacó el tema de nuevo. Él prometió comprarle lo que sea, pero ella nunca pidió nada.
Lo único que quería era tiempo; lo único que le ofrecía era dinero.
Ella supo siempre que nunca habría amor, su familia la había vendido para pagar sus deudas y él ni siquiera había aparecido en su noche de bodas. Pero tenía esperanzas y a veces, le dirigía la palabra y su mundo parecía diferente. Pero era tan efímero como el parpadeo de la luz de las luciérnagas en la noche.
La sociedad era cruel con ella: nunca dejó de ser la hija inútil que sólo sirvió para casarse. Su esposo nunca estaba con ella en las reuniones sociales, así que era ignorada por los que podrían ser sus compañeros o amigos. Lentamente, ella fue aislada de todo, pero seguía firme, cumpliendo con sus deberes como esposa, como duquesa, aunque quería desaparecer.
El pecho le pesaba y respirar le costaba, veía a su familia acercarse y ella debía saludar cumpliendo el protocolo, actuando como si todo estuviera bien cuando en realidad, se estaba asfixiando. Sola, bajo las miradas que la juzgaban y la condenaban sin haber hecho otra cosa que estar ahí; haber nacido en la familia equivocada; tener mala suerte; ser castigada por los dioses. No sabía a quién atribuirlo, no había nada que pudiera decir: esto fue por su culpa. Ella sólo se llenaba de esos pensamientos y rumores que corrían: sólo sirves para eso.
—Sin tu familia, no serías nadie.
—Jamás habrías conseguido nada.
—Siempre serás una mujer inútil y sin valor.
Frases como esa siempre habían llegado a sus oídos, desde su familia, su hermano mayor siempre había sido bendecido con los mejores dotes y halagos y ella, había quedado esperando, al ser mujer, no tenía nada a lo que apuntar. Salvo cuando tuvo la oportunidad de casarse y ni siquiera eso le sirvió.
Aina se sintió mal. Era la anfitriona de la fiesta, pero debía hacerlo sola, sin nadie que la ayudara o que la apoyara, hasta los mismos sirvientes de la casa estaban en su contra ¿qué importaba si ella no salía a dar la cara? Nadie iba a extrañarla.
Nadie iba a notar que ella no estaba.
Se dirigió a su habitación sin prestar atención a las sirvientas que llevaban su vestido y zapatos para hacer el cambio de ropa antes de la medianoche. Era común contar con dos o tres cambios de ropas en las fiestas, pero no le importó. Ignoró a todos y se echó en la cama. Quiso cerrar los ojos y no saber nada más de aquella vida que no traía nada bueno a ella. Hasta que su suegra entró a su habitación.
—Madre, no me siento bien —fue su excusa, pero aquella mujer no la quería y nunca había dudado en ocultarlo, salvo cuando estaba su hijo en frente y como no estaba juntos seguido, tenía total libertad para barrer el suelo con ella.
—Los invitados pronto empezaran a llegar y no estás arreglada.
—No asistiré —dijo Aina sin ganas y entonces, los ojos de la mujer se volvieron más fieros y oscuros. Aina tembló en la cama, pero seguía firme en no querer salir. Ya se sentía terrible como para salir y sentirse el doble de mal.
Hubo un largo silencio, podía sentir el aura nociva de aquella mujer que le dificultaba estar, respirar en su presencia. La miró con el corazón latiendo a mil por hora y un dolor en el pecho tan intenso que parecía que iba a partírsele el corazón.
—Está bien, no asistirás —dijo y casi sonó a un alivio para Aina de no ser porque la tomó de la muñeca y la jaló fuera de la habitación, llevándola a rastras por el pasillo, sin importarle si lastimaba o no a su nuera.
Aina pidió un par de veces que la soltara o le diera una explicación, pero no obtuvo nada. No gritó ni pidió ayuda. Sabía que no había ni una sola persona en esa casa que estuviera de su lado, así que sólo siguió hasta que se detuvieron frente a una puerta. La mujer entró y encendió una luz de una vela y luego, empujó a Aina dentro, cerrando la puerta. Entonces, ella se dio cuenta de donde estaba: era el cuarto de castigo de los sirvientes. Un pequeño cuarto sin ventilación ni más luces que esa vela que estaba en la pared.
Desesperada e hiperventilando, golpeó la puerta, araño la hendidura de la cerradura intentando abrirla. Estaba asfixiándose y el encierro le hacía mal: no soportaba los lugares pequeños. Toda su vida la había pasado así, siempre había sido perfecta, pero su madre y su tutora siempre le encontraban defectos y sufría los castigos: Aina le tenía un terrible miedo al encierro y a la oscuridad. Y en cuanto estuvo ahí, comenzó a gritar. La poca calma que tenía de antes, se esfumó en ese instante.
Gritó, lloró, suplicó, pero nadie fue a verla a pesar de que los gritos hacían eco en el pasillo. La fiesta estaba en el anexo exterior, así con la música y la gente, nadie la escucharía, pero aún tenía esperanza de que alguno de los sirvientes pasara y la sacara. Que su esposo…
Cayó al suelo después de varias horas, cansada, con las manos lastimadas, las uñas cortajeadas por sus intentos de abrir la puerta, con algunos cortes y tajos que sangraban manchando sus manos y sus finas ropas.
—Alguien… —suplicó en silencio, con la garganta rasposa y sin fuerzas para seguir gritando y pidiendo ayuda.
No supo cuánto tiempo pasó de eso. La puerta se abrió tras horas o minutos, Aina ya no sabía diferenciar uno de otro en ese instante, sólo quería correr fuera, aunque el cuerpo no le diera para nada.
Se puso de pie en cuanto su madre la dejó salir y caminó hacia su habitación con paso zigzagueante. Quería llegar rápido a su habitación y sentirse segura ahí, lejos de todo. Veía la luz del día entrar por la ventana y su desilusión fue mayor todavía al saber que nadie la había buscado al notar su ausencia en la fiesta. Tal y como ella lo pensó: nadie la echaría en falta en la fiesta, hasta la habrían pasado mejor sin ella fisgoneando a los alrededores.
Cansada, adolorida y con una angustia enorme palpitándole en el pecho, se cambió los zapatos por unos más cómodos, agarró su bolso y vació el joyero dentro de él. Entonces, salió de la habitación y se fue por la puerta principal como un fantasma que nadie vería, nadie sabría que se iba. Buscó unos vendajes y se cubrió las manos con ellos y luego, se puso los guantes encima. Nadie sabría qué es lo que le pasaba.
Miró el pasillo y comenzó a caminar y como nunca, se encontró a su esposo muy cerca de la puerta.
—¿Vas a salir? ¿No te sentías mal?
—Estoy mejor ahora —mintió ella y bajó la mirada. No se había visto en el espejo, su rostro debía estar demacrado por las lagrimas y la falta de sueño, pero ni aún así, reparó en ello.
—Lleva al cochero —le dijo y siguió mirando las cartas que llevaba en sus manos. Pasó a su lado y ni siquiera se le movió un pelo por ella. Aina sonrió y se aguantó las lágrimas: era lo mejor que podía hacer— no vuelvas tarde. Tenemos una cena con los condes de Manglob.
—No lo haré —respondió ella sin voltear a verlo. Sabía que él tampoco lo había hecho y no importó. Sólo salió y sintió el aire fresco. Dio una vuelta por la mansión y comenzó a correr lejos. Su cuerpo entumecido todavía podía darle su anhelada libertad.
—La señora se ha ido corriendo —dijo una de las sirvientas a su amo, mirando por la ventana la silueta que se perdía en la espesura del bosque.
—Volverá antes de la cena —dijo el esposo de Aina y abrió otra carta mientras continuaba caminando hacia su oficina.
la, gente linda! ¡Feliz domingo! ¿Cómo están? Tuve una semanita bien agitada, pero aquí estamos, con cuento nuevo porque la angustia a full.
Sé que no voy a terminar este reto este año, pero ¡qué va! Iré a mi ritmo como siempre, que a veces hago varios seguido, así que, quién sabe~
Por cierto, el sorteo del blog sigue abierto para todo aquel que quiera sumarse, (hasta el 20 pueden hacerlo), así que están más que invitados a participar.
¡Un abrazo enorme!
me encanta como escribes lo que escribes con tus letras
ResponderBorrarLindo relato me gusto mucho. Te mando un beso
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