Lo que significa estar contigo
Ella solo lo conoció como Rei. Mariko no tenía idea de qué él tenía tres identidades y una de ellas era la más peligrosa. No, ella solo lo conocía como policía y no como cualquiera, sino como jefe de un escuadrón en la policía secreta. Por ese mismo conocimiento, sabía que no podía preguntar tanto de su trabajo como ella quisiera, pero lo soportaba bien mientras Rei estuviera bien.
Su problema residía cuando él llegaba a casa herido.
La primera vez que vio a Rei acomodado en la encimera del baño, solo en musculosa, bóxer y medias, con el costado izquierdo lleno de sangre, casi sintió que fue ella la que necesitaba atención médica.
La mujer se tapó la boca mareada viendo la sangre gotear por su abdomen, piernas y a su vez, cayendo en el piso. No supo cuánto llevaba ahí ni si había perdido poca o mucha sangre, pero la encimera estaba llena de gasas y algodones manchados mientras él se curaba torpemente.
—Tienes que ir con un médico —dijo acercándose a él aterrada de lo que pudiera pasarle si no se atendía adecuadamente.
—No puedo. Esto debe quedar entre tú y yo.
—Rei.
—Estaré bien —dijo él con una sonrisa amable mientras seguía limpiando la sangre.
—Rei, no puedes… si no vas tú, iré yo y lo traeré aquí —sentenció Mariko y sin tener respuesta de él, pegó la vuelta dispuesta a salir del baño. Escuchó unos pasos torpes y de pronto, la mano húmeda sujetando su muñeca.
Él se apretaba el costado con la mano ensangrentada habiendo dejado un camino de sangre hacia ella. Tenía que cerrar la herida y él lo sabía mejor que nadie, pero no quería médicos metidos en el medio. Después de Elena, Furuya Rei se había vuelto imposible de llevar a una consulta y siempre lo justificaba con su trabajo. No creía que iba a llegar el día en que tuviera que enfrentarlo por conocer a alguien más terco que él.
Él tambaleó y solo preocupó más a Mariko, aunque ahora no sabía qué hacer. Debía ir por ayuda, pero no podía dejar a Rei así nomás. Estaba sudando frío y la hemorragia no se detenía.
—N-no te vayas —musitó Rei apoyándose en la pared y ella lo llevó a la cama. Ya no le importaba si las sábanas se manchaban o no si él estaba bien.
—Yo volveré enseguida —corrió fuera de la habitación y volvió al ratito con un pequeño frasco de pegamento y nuevas gasas y agua oxigenada. Limpió la herida con las manos temblorosas y fue haciendo los puntos con el pegamento.
Recordaba que su madre tenía el mismo miedo y había encontrado ese sustituto para las heridas, un pegamento chiquito y que no era tóxico y se desprendía fácil de la piel una vez sanaba, servía a forma de puntos y resultaba más sencillo de hacer. Ella recordó cuando se partió la frente, su madre la curó de esa manera y evitó que tuviera las cicatrices de las puntadas. Lo mismo fue en otro accidente cuando tenía que hacerse puntos en la pierna. Ahora, era todo lo que tenía.
Él aceptó sin chistar y en cuanto estuvo seco y dejó de sangrar, lo cubrió con una gasa limpia y limpió las manos de Rei. Nunca pensó que iba a sentir tanto miedo ni que podría actuar tan centrada cuando tenía tantas ganas de llorar y salir corriendo. No, esa fue una faceta de ella misma que no pensaba que iba a conocer.
—Estaré bien. Es solo un rasguño. No es la primera vez —le dijo abrazándola, intentando no hacer tanto esfuerzo del lado izquierdo.
—Eso no lo hace mejor —murmuró Mariko aún inquieta. Sabía que su trabajo era peligroso, pero nunca imaginó que hasta ese punto. Él que estuviera acostumbrado tampoco hacía más fácil aceptarlo.
—Tranquila —acarició suavemente su espalda y le dio un beso en la frente. No entendía como él podía estar tan bien cuando estaba herido y fue tratado de manera casera, aún con todos los riesgos que eso implicaba— ¿Te molesta si duermo? Estoy muy cansado —le dijo cerrando los ojos, sin soltarla.
—No. Duerme —respondió con cierto miedo en la voz a lo que él respondió con una sonrisa.
Él cerró los ojos y quedó dormido casi al instante. Contrario a él, Mariko no pudo pegar un ojo durante toda la noche. Se quedó a su lado y cada tanto acercaba la mano a su nariz asegurándose de que respiraba y controlaba su pulso. Estaba nerviosa y no era para menos en la situación que estaba.
Inquieta aún y con la necesidad de hacer algo con urgencia, se levantó de la cama y fue a limpiar el baño. Luego, hizo lo mismo con el traje de su novio. El pulcro traje gris estaba manchado de sangre, tanto el saco, la camisa como el pantalón, así que decidió que era su momento de ponerse a lavar. Y aunque le llevó un par de horas, quedó impecable, cómo si nunca hubiese estado manchado con su sangre.
Luego, los colgó en el jardín y volvió a su habitación a acostarse a su lado.
Al día siguiente, él despertó temprano, con el mismo ímpetu de siempre y las ganas de salir a trabajar. Mariko, que estuvo despierta toda la noche a su lado, quiso retenerlo.
—Quédate conmigo hoy —le pidió. Él besó su frente y acarició su cabeza. Enredó los dedos en el cabello castaño y mostró una expresión feliz.
—Tengo trabajo qué hacer.
Rei siempre le decía lo mismo. Él trabajaba por hacer de Japón un lugar mejor y por eso, los descansos no eran posibles.
—Haré de esta tierra un lugar mejor para ti.
—Tú ya haces que este metro cuadrado sea un lugar mejor y ni tienes que esforzarte —le respondió ella. Su vida cambiaba estando a su lado, para bien o para mal. Y era feliz así. No había nada que la motivará más a regresar a casa que verlo a él. Sentir sus dedos recorrer su piel como si fuera adicto a ella o besarlo hasta que el aire se acabar; compartir cada segundo a su lado de lo poco que le tocaba.
Rei nunca pensó que con tan poco pudiera marcar una diferencia. No, él siempre pensaba en lo grande y en parte, fue por eso que decidió irse a una división más estricta a la hora de terminar su carrera. Aunque eso pusiera en riesgo su vida todos los días.
Él, que siempre estuvo condicionado por su cabello rubio y su piel morena, desde pequeño tuvo que mostrar su valía. Sin embargo, cuando la conoció no hizo falta más que ser él mismo para estar a su lado. Con sus aciertos y falencias, Mariko siempre le daba la bienvenida y encontraba un lugar en su corazón para quedarse. Por ella, él se esforzaba cada día por hacer su trabajo lo mejor que podía.
Rei se fue después de desayunar.
Ella decidió no trabajar ese día. Tenía una florería y decidió no abrir o no podría hacer bien su trabajo. Así, llamó a una amiga para salir a despejarse y charlar. De paso, podría llegar temprano a casa por cualquier inconveniente que le surgiera a Rei.
La amiga de Mariko, le contó de una cafetería con un mozo guapísimo y tras insistencia, decidieron ir allá. Mariko no tenía interés, tenía novio, pero Sora, su amiga, siempre estaba buscando un nuevo pretendiente y éste del que tanto se hablaba parecía ser el adecuado.
Al llegar al café Poirot fue cuando lo vio: Rei estaba ahí, con un mandil y una bandeja. Él disimuló la sorpresa y las atendió como si fueran dos clientas más.
Ella sonrió.
—Además del parfait, quiero tu número —dijo Sora entregándole la carta.
—Lo siento, pero tengo novia —respondió Rei, quien ahora se hacía llamar Amuro en el café.
Mariko se le quedó viendo un rato hasta que le guiñó el ojo y se sonrojó evitando la mirada.
—¿Cómo que tienes novia? —interrumpió Azusa—. No lo digas así. Eres la cara del Poirot, se nos caerán las ventas —reclamó Azusa recordándole que las estudiantes iban ahí para verlo porque era guapo. Azusa lo sabía y siendo un impulso para las ventas, no dudaba en aprovecharlo tanto como podía.
Rei la calmó y se disculpó diciendo que guardaría el secreto por el bien del Poirot y se retiró a preparar los pedidos. En el Poirot, no había cocineros. Él tenía sus especialidades y Azusa las suyas, atendiendo el lugar entre los dos.
Mariko se levantó al baño y Rei la siguió con disimulo dejando la cocina de lado. Años de estar en la Organización y en la policía, rendían sus frutos para pasar desapercibidos. Entró y puso seguro y de no tener el espejo y verlo, Mariko se habría asustado.
—Lo siento. Si sabía que…
Él no la dejó terminar de hablar al besarla. Mariko no entendía bien cuan complicado era ser un miembro de la policía secreta, pero aguantaba por él. Sus miedos, sus dudas, todo pasaba a un segundo plano solo por él.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó Rei y la hizo sonrojar. ¿Por eso la había seguido?
—Yo debería preguntar eso. Tu herida…
—Ayer tuve el cuidado de una hermosa enfermera. No tendré problemas para el trabajo —le dijo acomodando su cabello detrás de la oreja.
—¿Estás seguro?
Él asintió y le dio un beso en la frente.
—Puedes venir aquí las veces que quieras. No encontrará mejor café que el del Poirot —le guiñó el ojo y salió del baño de la misma forma que entró.
Mariko, quien había llegado llena de dudas y de nervios pensando que podía arruinar su trabajo, quedó sin habla. Él tenía esa habilidad de confortarla sin importar nada.
Se lavó las manos y salió con más claridad en el corazón. Sora la estaba esperando para comer y al llegar a su lugar, miró hacia el mostrador y se encontró con Rei dedicándole una sonrisa.
Sabía que ambos estarían bien. Creía en Rei y en el futuro que quería crear. Y más que nunca, lo iba a apoyar.
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