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Más de cien mentiras — Parte II


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Más de cien mentiras — Parte II

Las calles estaban ajetreadas como cualquier otro día, pero había algo diferente y podía decirse, peligroso. Él podía sentirlo a la distancia y no tardó en confirmarlo. Cuatro policías perseguían a un hombre que portaba una espada. Él iba a seguir su camino dejando a los oficiales hacer su trabajo cuando reconoció a aquel que corría. El hombre, ágil, subió a un puesto, saltó por el techo y siguió corriendo por ese camino. Saitou lo siguió con la mirada y sonrió.

—Cambio de planes —dijo girando sobre sus talones y echándose a correr tan rápido como podía, alcanzándolo con facilidad. Kenshin, Sanosuke y los policías lo seguían manteniendo la distancia de Saitou, parecía que ninguno estaba al nivel de esos dos—. Baja de ahí, Shinpachi.

El fugitivo se detuvo clavando las getas en las tejas, sosteniendo la espada en su cintura. Él, lo miró fijo, tomándose unos minutos para averiguar cómo lo conocía. Shinpachi, al igual que Saitou, había cambiado su identidad al dejar el Shinsengumi siendo conocido ahora como Sugimura Yoshie.

—Espera, ¿Saitou? —se inclinó aún en el techo y enfocó mejor su vista en él, bajando de un salto, lo miró con una jovial sonrisa y le dio una palmada alegre de verlo después de más de diez años—. No esperaba verte aquí ¡y trabajando de policía! —dijo en tono cantarín cuando vio más de cerca su uniforme. A todo eso, sus compañeros y los policías que lo perseguían se acercaron hasta donde estaban ellos—. Debo irme —y casi listo para seguir corriendo, Saitou lo agarró del haori y lo detuvo.

—Yo me haré cargo. Vuelvan a su trabajo —ordenó Saitou apenas vio a los oficiales golpeando con el pulgar su espada y con la mirada afilada, listo para poner a su lugar al que quisiera responderle. Ellos, rápido, hicieron el saludo correspondiente y se marcharon dejando a Saitou con el fugitivo.

Estaba seguro de que podía serle de ayuda. Shinpachi era uno de los mejores y lo prefería a él antes que a mil militares modernos. Se bastaba y se sobraba con él y Himura como para necesitar más.

—Si estás dispuesto a ayudarme, puedo conseguirte un permiso de portación —negoció rápido Saitou.

—¿Puedes hacer eso? —preguntó Kenshin confundido.

—Me necesitan, no podrán negarme algo como eso —aseguró convencido de que iba a conseguirlo. Saitou era un engranaje importante para el gobierno, quizá no de manera pública ya que la mayor parte de su trabajo era secreto, y por eso mismo, podía asegurarlo. No iban a conseguir a nadie como él. De hecho, de no ser por él, ni siquiera hubiesen encontrado a Battousai y logrado que peleé contra Shishio. Entre tantas otras cosas, un simple permiso era pan comido.

—Bien, por los viejos tiempos ¿qué necesitas? —Se animó con rapidez Shinpachi. Aunque tuvieron que cambiar de lugar para poder hablar de manera más tranquila y privada. Saitou los llevó a un restaurante y pidió tener una habitación privada para poder hablar mejor con ellos.

Por lo que Shinpachi le contaba, quería tener la posibilidad de una vida pacifica con su familia. Tenía una esposa y un hijo y debido a su pasado como Shinsengumi, todavía tenía problemas, cambiando varias veces de identidad hasta llegar a Hokkaido, sin éxito de nuevo, ya que había encontrado a Saitou. Sin embargo, podía ser la mejor carta que se le presentara ya que éste podría ayudarlo a obtener lo que tanto quería: una vida sencilla.

—Así que Hijikata-san estaba vivo y planea una revolución —dijo bebiendo el té después de terminar de comer y escuchar toda la historia—. ¿Tenemos posibilidad de vencerlo aún con tu brazo así? —señaló su brazo izquierdo.

—Estoy seguro de que lo lograremos. Tenemos a Battousai de nuestro lado. Y Chou debería volver hoy con el resto del Juppongatana. Los que están vivos al menos —contó Saitou. A pesar de no conocer al líder, ya tenía un plan bastante bien trazado al saber los movimientos de los rebeldes y tener que enfrentarse con el mismo que había partido su espada y había dejado su brazo de esa manera. Por ahora, sólo necesitaban un buen plan y conocer bien la ubicación de su base de operaciones, aunque tenía un plan para encontrarlo de manera sencilla gracias a su esposa.

—¡Oye! También estoy aquí —renegó Sanosuke señalándose con el pulgar.

—Lo sé —respondió Saitou con total tranquilidad, haciendo enfadar más aún a Sanosuke por ello—. Lo importante ahora es lograr que no se extienda más allá de Hokkaido.

—¿Cómo piensas actuar? —preguntó Shinpachi— Hijikata era bueno con sus estrategias, tenemos que estar a la altura.

—Le tenderemos una trampa—contó confiado Saitou. No había buscado a su esposa para nada y sabiendo que Hijikata lo buscaba, pensaba usarlo a su favor—. Ven mañana a la oficina de la policía metropolitana. Hablaremos mejor ahí.

Con eso, habían perdido bastante tiempo y no iban a llegar a la prisión, sin embargo, Saitou se sentía mucho más confiado y saboreando la victoria con su nuevo aliado. De no haber muerto Okita, hubiese estado mucho mejor de tenerlo en sus líneas, aunque a diferencia de su líder, él mismo había velado la muerte de Okita a causa de la tuberculosis y no de las batallas que habían lidiado.

Se acercó a la mesera antes de irse, pagó la cuenta y pidió dos raciones para llevar, dirigiéndose de nuevo hacia la oficina, teniendo que apurarse para que la lluvia no los alcanzara. Apenas había comenzado como una llovizna, pero con el pasar del tiempo, se intensificó, apresurándose para llegar a su lugar de trabajo. Así, la idea de buscar una posada había quedado descartada.

—Traje la cena —dijo entrando a la habitación acompañado de Kenshin y Sanosuke y vieron a Tokio trepada en una silla limpiando los cuadros de la pared. En realidad, todo había sido limpiado por ella y organizado también. La mujer se estaba aburriendo y uno de los pocos pasatiempos que había podido ejercer ahí era eso.

Saitou se frotó la cara y suspiró dejando la comida sobre la mesa y yendo hacia donde estaba ella. La agarró de la cintura con su brazo sano y la dejó en el suelo. Luego, se sentó en el sillón con ella a su lado y quitó la envoltura de la comida antes de que se enfriara por completo. Por la ventana de esa sala, se veían los refucilos en el cielo y los relámpagos que hacían brillar todo como si fuera pleno día. Así, la idea de salir un poco más tarde a buscar un lugar más cómodo donde pudiera quedarse su esposa, había quedado descartada.

Él no tenía problemas de dormir en el suelo, en un sillón o mismo, de pie. No era ni la primera ni la última vez que lo haría. Sin embargo, permitir que ella pasara por algo así estaba fuera de discusión.

Aun así, el sillón de esa sala era cómodo y estaba la chimenea para mantener el ambiente cálido, así que era lo mejor para quedarse ahí.

Tokio comió con entusiasmo y luego, él dejó que se recostara sobre su regazo después de contarle que Chou no había aparecido en toda la tarde.

Tokio se quedó dormida casi un momento después de recostarse. Saitou se preocupó por ella. Había hecho todo ese camino sola, sin descansar ni comer y tampoco podría descansar adecuadamente sin un futon. Le preocupaba su salud y la de su hijo.

—¿Dónde la conociste? Seguro la raptaste de alguna buena familia —dijo Sanosuke con burla.

¿Dónde la había conocido? Qué buena pregunta. La mayoría tardaba en aceptar que era su esposa y no decían más nada. Otros ni siquiera se atrevían a preguntar por respeto o miedo a él.

—Después de la batalla de Aizu.

—¿Acaso la salvaste? —se rio Sanosuke cuando lo dijo. No podía imaginar a Saitou acercándose a una mujer, tampoco salvándola, pero sonaba más lógico que cortejarla.

—No, estaba enterrando cadáveres —Sanosuke hizo gesto de miedo y asco y luego, miró a la mujer que dormía en el regazo de Saitou. No acababa de creer que alguien tan bonita y femenina estuviera enterrando cadáveres.

—Fue cuando el gobierno prohibió enterrar a los guerreros de Aizu y los dejó colgando seis meses antes de darle sepultura —contó Kenshin serio.

Sí, había sido en ese mismo momento. Tokio iba a diario a encender un incienso y a rezar por los guerreros que eran exhibidos ahí. Sin importarle el olor putrefacto de los cadáveres o la severa y horrible descomposición que sufrían. Podía decir que tenía más corazón y estómago que muchos de sus novatos.

Ella no sólo ponía todo su esfuerzo para descolgar los cadáveres que colgaban, sino que también ayudó a cargarlos y cavar las tumbas para cada uno de ellos. Tokio era pequeña, delgada, pero una mujer con mucha tenacidad y fortaleza. Saitou la vio a lo lejos y se acercó a ella, ayudándola a cargar el cuerpo envuelto en un manto de lino para conservar sus retos lo mejor posible al transportarlos.

No se habían visto nunca, él sólo hizo aquello: se acercó y cargó el cuerpo, preguntando sólo donde debía llevarlo. El olor a podrido del cuerpo y toda la fauna que habitaba en el cadáver no eran un impedimento para la mujer. Tampoco iba a serlo para él. Gracias a Saitou, habían logrado terminar mucho más rápido. Pocos hombres habían tenido el estómago suficiente para hacer aquella tarea. Cavar las tumbas era algo sencillo y había muchos dispuestos a ello. Algunos con toda la buena voluntad, no pudieron soportar el olor y acabaron vomitando o se dejaron llevar por el asco.

—Sólo queda uno —dijo ella entonces y antes de bajarlo, rezó y le pidió disculpas por algo de lo que ella no era responsable. Había hecho el mismo ritual con todos. Saitou la esperaba, ella agarraba la tela y él cargaba el cuerpo hasta envolverlo bien y llevarlo.

Luego, participó de la ceremonia que hicieron los monjes del templo y recién fue cuando se tomó un descanso. Saitou iba a marcharse, pero Tokio detuvo su partida notando que tenía una herida en el brazo y se había abierto manchando su haori. Y le pidió que se quedara un poco más para poder curar su herida.

Saitou dejó esos recuerdos atrás y volvió a ver a la mujer que descansaba sobre su regazo. Ahora dudaba de mandarla de nuevo a la casa. Eiji estaba trabajando con los militares y él con la aparición repentina de Hijikata y como estratega de la rebelión de Hokkaido, no quería dejar nada al azar. Consideraba a la policía y los guerreros de Matsudaira buenos, pero no estaba seguro de dejar a su esposa a su cuidado.

—Pueden irse si quieren. No llevaré a Tokio con este clima —dijo Saitou mirando por la ventana. Había tormenta y aunque podía llevarla en el carruaje, con la lluvia y la oscuridad, podrían tener un accidente.

—No creo que debamos salir —dijo Kenshin pensando lo mismo que Saitou.

—Duerman. Mañana hablaremos de nuestro próximo movimiento —les ordenó a sus dos compañeros. Se quitó la chaqueta de los hombros y cubrió con ella a su esposa mientras él sacaba un cigarrillo y recordó que ella lo regañó porque no era bueno para el bebé. Entonces, lo volvió a guardar. Cuando estuviera solo, fumaría de nuevo. Por ahora, sólo debía aguantar hasta salir por la mañana.

—Chie, quiero uvas —murmuró en sueños Tokio horas más tarde. Sanosuke dormía en el suelo y Kenshin contra la ventana. La lluvia había disminuido hasta convertirse en una leve llovizna— Chie —susurró abriendo los ojos. Se los frotó y bostezó dándose cuenta de que no estaba en su casa, sino, en la oficina de Saitou.

—Vuelve a dormir —dijo él acomodando su chaqueta para que no se destapara.

—Hajime ¿No has dormido?

—Estoy bien.

Tokio no creía en esas palabras, así que se sentó e hizo que él se recostara en su regazo.

—Si llega a pasar algo, te despertaré —aseguró ella acariciando su cabeza—. Descansa.

Saitou le dedicó una mirada tierna antes de cerrar los ojos y quedarse dormido. Tokio siguió acariciando su cabeza largo rato hasta dirigir la vista hacia la ventana. Esperaba que no hubiesen tenido nuevos problemas en la casa y que todos estuvieran bien. En un principio, sabía que Hajime iba a tratarla así, pero no podía dejar que la sorpresa fuera un factor a favor de Toshi-kun. Se sintió peor al recordarlo. Ella era su amiga, pero Hajime lo admiraba por sus sólidos ideales, verlo ahora así no sería bueno para él. Sabía lo que iba a afectarlo y quería darle todo el tiempo posible para asimilarlo.

En lo poco que pudiera hacer ella, lo haría que si bien, podía contar con Eiji, no quería poner una carga extra sobre sus hombros. Saitou tampoco lo habría aceptado.

—Jefe —llegó Chou quejándose de que seguía lloviendo. Pronto vio a Tokio sosteniendo a Saitou en su regazo. Éste, apenas sintió la puerta, abrió los ojos y se irguió momentos después mientras su esposa lo veía. Saitou se sentó a su lado y miró a su empleado— conseguí que todos vinieran. A más tardar, en la noche llegaran —advirtió orgulloso de su tarea y luego de dar el reporte, anunció iba a irse a dormir hasta la noche, cuando todos estuvieran reunidos.

Tokio se puso de pie y caminó un poco por la habitación para estirar un poco las piernas y de nuevo, la puerta se abrió y pensó que Chou se había olvidado de algo, pero a quién vio fue a Shinpachi.

—Me dijeron que aquí… —habló rápido y apenas vio a Tokio se interrumpió, acercándose a ella y abrazándola efusivamente— ¡Tokio! Sigues metida en problemas por tu marido —apenas pronunció esas palabras, fue separado rápidamente por Saitou, que se colocó en medio de su esposa y Shinpachi.

—Es lindo verte tan bien, Shinpachi.

—Esta será mi última misión como Shinpachi. Ahora soy Sugimura Yoshie. Con suerte, no volveré a estar involucrado en una batalla luego de esto —aseguró con una sonrisa alegre—. Verte de nuevo habría sido genial en otro momento. Te aseguro que te llevarías de maravilla con mi esposa —él siguió hablándole a pesar de la actitud sobreprotectora que tenía Saitou con ella, Shinpachi siempre había sido así, uno de los pocos que era capaz de ignorar la presencia de Saitou de esa manera. Aunque lo respetaba, quizá por eso siempre habían tenido una buena relación a pesar de todo.

Pronto, fueron llegando uno a uno los miembros del Juppongatana. La sala se volvió animada entre la adrenalina de una nueva batalla que prometía, ser intensa, como ninguno había tenido durante todos esos años.

Saitou también estaba emocionado por ello. Cada vez tenía más confianza en que iban a ganar y proteger la nueva era que estaban construyendo.

Si todo salía bien, él sería la carnada y luego de llevar a cabo su plan, esa, sería la última batalla a librar.

La última antes de su tan ansiada paz.

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