Inktober: Anillo
Anillo |
«No abras la puerta que el tiempo se escapa» se decía al cerrar con rapidez la puerta al entrar con provisiones. Una vez al mes lo hacía, ya sólo quedaban ellos dos, no hacía falta más. Emmanuel fue el último en morir y Estela no estaba dispuesta a perder a Enrique.
El avión desapareció de su ruta hacía siete meses. Desde la torre de control y todo el sofisticado equipo que tenían para rastrearlos y para comunicarse con ellos, jamás obtuvieron nada. En cuanto pasaron por el anillo de luces rojas en el cielo, justo arriba de las nubes. Ninguno tenía idea de qué era eso y aunque intentaron esquivarlo, el avión fue atraído a ellos como si tuvieran una fuerza magnética atrayéndolo.
Duró apenas tres minutos, 2:57 según el reloj del Capitán y de buenas a primeras, no sucedió nada fuera lo de común. Los sistemas seguían funcionando, el avión no tenía ninguna falla notoria y todos se encontraban bien, asumiendo que había sido uno de esos conocidos espectros rojos que bien habían visto en teoría, pero eran mucho más raros de ver en práctica… especialmente sin una tormenta cerca.
Pero no era un problema, tan sólo sería una anécdota qué contar cuando estuvieran en tierra o al menos, eso es lo que creían: el combustible en su mayoría había desaparecido como si se lo hubiesen drenado, tan sólo les quedaba lo mínimo como para aterrizar y pedir ayuda. Intentaron contactar ayuda por radio, pero no conseguían señal alguna tan sólo estática. Lo peor es que tenían los minutos contados en el aire y sin comunicación ni un aeropuerto cerca, deberían tomar las medidas de emergencia que correspondieran.
Dieron el anuncio del aterrizaje forzado que tendrían que hacer. Y al estar en tierra nada fue mejor. La radio seguía sin funcionar, no había posibilidad de comunicación con nada. Ni señal telefónica, ni internet… ni un alma en los alrededores.
Los minutos se fueron volviendo horas y con ello, la inquietud de los pasajeros se hizo presente.
Dos días llevaban ahí. El pánico ya era parte de sus vidas. La bronca, la rabia y la incertidumbre de no saber qué hacer en un caso así. Mantenían a las personas tranquilas lo más que podían, con todas las comodidades que podían brindarles desde su lugar, que a estas alturas no eran muchas realmente.
Pero el verdadero miedo se apoderó de todos cuando pasó algo previsible: alguien estaba dispuesto a dejar el avión, un hombre alto y bien vestido, de traje negro. Había pasado bastante tiempo tranquilo, aunque con el ceño fruncido, aguantando quién sabe cuántos improperios, hasta que finalmente rompió el voto de silencio que tenía, mandó al carajo a todos: azafatas, pasajeros y hasta al mismo piloto y salió por la puerta del avión.
Apenas cruzó la puerta, su cuerpo se desvaneció en un polvillo oscuro que fue arrastrado por el viento, sin dejar rastros de él. Los que lo vieron, cerraron la puerta como si vieran al diablo fuera, entre gritos y respiraciones agitadas, intentaron explicar lo que había sucedido, sin que nadie les creyera, pensando que el hombre podía haberse caído, que estaría en un punto donde no podían verlo, pero ninguno de aquellos que tan sólo escuchaban el relato eran capaces de aceptar algo como eso: era la locura por estar tanto tiempo varados.
Tres personas más, al saber de ello, se ofrecieron a salir a ayudar al pasajero que podría estar herido, sin embargo, sucedió lo mismo: se desvanecieron en el aire.
Cuando Estela supo de la noticia del avión desaparecido, se sintió en shock. Había tantas posibilidades y las que predominaban eran las malas: era posible que jamás volviera a saber de Enrique. Pero era terca, era impulsiva y si por medios oficiales no iban a hacer nada ¡ella se inventaría un método! Podía costeárselo y sin pensar en nada más que eso, emprendió su viaje intentando hallar el avión perdido.
Tardó casi cuatro meses hasta que, en uno de sus vuelos, lo vio. O al menos, lo creyó así. Era un avión como cualquier otro, en medio de la nada, justo cercano a la ruta que seguían ellos ¡tenía que ser!
Aterrizó el helicóptero y su pecho se encogió: se había equivocado. El avión que estaba ahí, parecía estar abandonado desde hacía mucho, quizás diez, veinte años como mínimo. Corroído por el tiempo, el óxido, hasta sus ruedas estaban destrozadas al punto de que ya ni lo sostenían. Se aguantó las ganas de llorar dando una vuelta, sosteniéndose el cabello largo ante el viento que soplaba con fuerza, aun así, no era la suficiente como para arrastrar lejos la tristeza que sentía ella.
No había nadie a su alrededor y quizá, por eso, aprovechó a gritar y desahogarse donde nadie la escuchara ni le reprochara que estaba perdiendo el tiempo, que se ilusionaba por tonterías, que jamás iba a saber nada de él.
Sin embargo, su suerte no era tan mala. En medio de sus lamentos. Una bengala cayó delante de ella. Estela abrió los ojos limpiándose las lágrimas. El olor impregnó su nariz y con nuevas esperanzas cobijando su corazón, se puso de pie y miró detrás de ella y en la ventanilla, lo vio. Y fue como si volviera a vivir después de tantos meses de verlo.
Estela corrió hacia el avión y con algo de esfuerzo, logró abrir la puerta corroída por el tiempo. Ya no se preguntaba cómo había llegado ahí ni por qué no había salido a buscarla ¡nada! Sólo le importaba que estaba con bien y no había absolutamente nada más qué contar al respecto. Ingresó al avión y al volver a abrazarlo, sintió como si el aire volviera a circular por sus venas, como si el tiempo hubiese estado detenido todos esos meses y ahora, justo ahora que volvían a estar juntos, el reloj anduviese una vez más…
No podían salir. Los cincuenta y cuatro pasajeros que estaban con ellos habían corrido esa suerte. Entre la desesperación, la claustrofobia e incluso, que todo fuera un simple delirio a causa de su encierro, fueron volviéndose polvo. De uno en uno, de a varios, lo cierto es que de ellos sólo quedaban tres: Rita, Enrique y Emmanuel. De los demás no quedaba nada más que el equipaje.
Con Estela, las esperanzas de Rita de salir de ahí la llenaron. No pensó en cómo sólo vio el helicóptero y deseó con toda su alma subir y no volver a poner un pie sobre un avión de nuevo. Y aunque sus compañeros sabían que no era tan sencillo como ella lo hacía ver, no podían sentirse más felices por ver a alguien más con ellos. Los tres sabían que era una posibilidad muy grande que su vida se viera reducida a los restos de ese avión. El tiempo lo consumió por fuera en casi nada, apenas llevaban unos meses perdidos, sin embargo, lo que estaba en su interior se veía inmunizado a esto, como si lograse permanecer cautivo en el interior del avión. Pero salir… era el verdadero peligro.
Le explicaron esto a Estela, las teorías que tenían, ninguna demasiado cuerda, por decirlo de la manera más suave. Más, ella se preocupó en conseguir provisiones, llevarle lo que necesitaran y pensar en una manera de solucionar eso. Accedieron y la despidieron en la puerta.
Ella se iba y Rita no fue capaz de soportarlo, haciéndolos a un lado y corriendo detrás de Estela, salió del avión. Emmanuel quiso detenerla y tanto Enrique como Estela lo vieron desaparecer en el aire desde su lugar.
Algo en Estela se removió al ver una escena digna de una película de terror, se apoderó de ella y corrió al avión, cerrando la puerta de este y revisando que su esposo estuviera bien. No podía permitir que algo así le pasara a Enrique, no a él, no después de todo lo que había pasado para volver a verlo…
Cuando las provisiones se acabaron finalmente, ella tuvo que aceptar partir. Estela tenía miedo, no iba a negarlo, se veía reflejado en sus ojos lo que estaba padeciendo al pensar que él podía sufrir el mismo destino en cuanto ella no estuviera y no podía permitírselo. Se quitó el anillo, ese ridículo anillo con la figura de un avión encima, no le gustaba, pero jamás se lo había quitado desde que él se lo dio tan sólo porque era un regalo de él. y ahora, se lo estaba quitando para entregárselo.
—Volveré por él. No salgas —dijo antes de darle un beso en los labios y salir de ahí antes de arrepentirse de lo que estaba haciendo.
Se apresuró todo lo que pudo y cargó todo lo que podía antes de partir y volver al mismo lugar: los restos del avión.
Con el pasar de los días, se fue haciendo costumbre, Estela ya sólo salía para abastecerlos y nada más. El avión se había convertido en su hogar y con eso, ya llevaban un año viviendo juntos de una manera un tanto peculiar.
Enrique tenía dudas al respecto. Desde que la dejó de ver salir salvo para lo necesario, empezaron sus preocupaciones. Estela ya no trabajaba, salvo en acondicionar el avión en lo que hiciera falta. El agua, la electricidad, lo que necesitaran siendo que era la única que podía salir del vehículo, hasta un jardín hizo fuera para tener frutas y verduras frescas, además, de una bonita vista desde la ventana: su vida se había reducido a eso.
—¿No has pensado que hay más que esto? —le preguntó Enrique una noche mientras veían la luna desde la cabina.
—No, estoy bien así.
No dijeron más al respecto. Ella se acurrucó entre sus brazos y cambió de tema sin querer profundizar más. Ella sabía a donde quería llegar y no se lo iba a permitir.
Al despertar en la mañana, vio el desayuno preparado al lado de su cama, una carta que decía “te amo” y una rosa de papel. Estela se levantó sonriendo tan feliz que no cabía en sí misma, hasta que vio a Enrique en la puerta del avión, entonces, todo se esfumó.
Era lo que él quería. Debía seguir su vida, la de él había terminado. Y aunque tenían días maravillosos, sabía que le estaba arrebatando algo que no iba a recuperar nunca más.
—Te amo —dijo él y ante el grito de ella, intentó correr y alcanzarlo antes de que saltara hacia el exterior y de él no quedara más que una rosa y un anillo con el grabado de un avión.
¡Hola, hola, mis amores! ¿Cómo están? Hasta yo me sorprendo de volver a compartir esto. Es un cuento que escribí para el Inktober del 2019, reto que iba a hacer pura y exclusivamente de aviones.
Fue un año de mierda y como escribir de aviones me recordaba a alguien que quería olvidar, lo dejé de lado durante mucho tiempo. Pero, ya no me importa y al leerlo, me di cuenta de que escribí cosas que me encantaron que quiero volver a compartir con ustedes.
Espero que disfrutend de esta historia y de las próximas que subiré.
¡Un abrazo!
Es genial me dio miedo, pena y hasta me saco un suspiro. Te mando un beso
ResponderBorrarQué lindo que te haya producido eso. Me agrada cuando mis escritos conmueven. Un besito <3
BorrarMuy bueno, la verdad.
ResponderBorrarUn abrazo fuerte.
¡Gracias! Qué alegría que te gustara.
Borrar¡Un abrazo!
Triste, pero de cierto modo da para una bonita metáfora (o no tan metáfora). No ahondo porque sé que a lo mejor escribo un chorro, pero bueno, me gustó tu forma de abordar el tema, ciertamente original.
ResponderBorrarAunque quería preguntarte, ¿Cómo es eso de un Inktober literario? ¿Escribes un relato diario al "como salga"? ¿Un párrafo al día por un mes, tal vez? Me da curiosidad.
Saludos desde DreamWorld <3
Puedes escribir cuánto gustes, yo leo con cuidado cada comentario y respondo todo, no te preocupes.
BorrarBásicamente, es como dices. El Inktober si bien es un reto de dibujo, hay quienes hacen el mismo reto pero de escritura. Usas las palabras que da en la lista oficial (u otra, que hay montones si buscas en Twitter o en Facebook) y escribes un relato por día.
¡Un abrazo!
Triste, pero de cierto modo da para una bonita metáfora (o no tan metáfora). Me gusto tu forma de tratar el tema, ciertamente original.
ResponderBorrarAunque quisiera preguntarte, ¿Cómo es eso de un Inktober literario? ¿Escribes un relato diario al "como salga"? ¿Un párrafo al día durante un mes? Me da curiosidad.
Saludos desde DreamWorld <3
Hola Roxana!
ResponderBorrarPero que historia te has mandado, ha estado bastante entretenida con un aire tétrico por las cosas que van pasando en ella, muy bien pensada gracias por compartirla.