Aunque duela un montón
Aunque duela un montón |
Le cambió la púa al tocadiscos y terminó de pulir la madera. Apenas había limpiado la mesa y las espinas del pescado todavía estaban regadas por ahí. Sin embargo, el espacio donde estaba el tocadiscos mientras lo arreglaba, seguía impecable. Ni una escama lo había rozado.
El comedor era el lugar más abandonado, salvo ese metro cuadrado que quedaba como apartado del mundo, como si fuera parte de una realidad aparte. Era donde hacia su trabajo y siempre debía lucir impecable.
Siempre.
Puso su disco favorito, precisamente, el que había desgastado la púa anterior: el “Vals n.2” de Dimitri Shostakovsky con el violín y la orquesta de André Rieu. Mientras sonaba, lo llevó al salón. Abrió la puerta pechándola con la espalda tarareando la melodía con nostálgica alegría. Lo dejó sobre una mesa de caoba que estaba al lado de la chimenea y al voltear, la vio en el suelo. Estaba sentada, con la falda del vestido blanco cubriendo por completo sus piernas y pies y la mirada perdida en las formas que las manchas del piso de mármol formaban.
El corazón de él se saltó un latido y luego de ajustar el pitch para que fuera más lento, se acercó a ella y la tomó de la mano, levantándola del suelo. Puso su otra mano en su omóplato y comenzaron a bailar. Se balancearon levemente y comenzaron a andar en giros por la habitación siguiendo el compás de la música. Sus movimientos eran elegantes, como salidos de una película.
Llegaron a la esquina y ella estiró su pie hacia atrás e hizo un barrido con él y luego, él soltó su mano derecha y estiró su brazo al igual que ella, para volver con él dando giros hasta quedar de espalda a él. Él, posó su mano derecha en su cintura y mantuvo la izquierda en la mano de ella y se balancearon en el lugar dos veces antes de dar una vuelta, girando, moviéndose nuevamente por la habitación. Moverse al compás de la música era como volver al pasado, detener el tiempo y quedar sólo en el tempo de la canción, sin que nada más en el mundo los pudiera molestar. La pista de bailes, la música y ellos dos. No existía nada más perfecto que pudieran disfrutar.
Alzaron sus manos por sobre su cabeza haciendo un medio círculo, él, tomó la izquierda de ella, la hizo girar y volvieron a la posición original, quedando de frente. Manteniendo la mirada, siguieron bailando. Pie derecho al frente, el izquierdo, paso en el aire y volver a comenzar. Era su rutina favorita, la única que no cambiarían. Ahí, bailando, eran dos almas siendo guiadas por la música, cuerpo con cuerpo, al ritmo de sus corazones.
—Es melancólico. Es una canción dedicada a alguien que espera a quien no llega —le decía ella.
Él sonreía, la soltaba y la dejaba contra su pecho para abrazarla sin perder el ritmo de su baile. Volvió a extender su brazo al soltarla y siguió bailando manteniendo la postura, avanzando hasta el otro extremo entre giros gráciles y rápidos cuando se dio cuenta de que la música había dejado de sonar y ella ya no estaba entre sus brazos.
Miró alrededor preocupado y la vio en el suelo. El cabello largo y ondulado había caído sobre su cara y su vestido se extendía por el suelo: no reaccionaba. La música terminó y el cuerpo de ella se desvanecía en el suelo como una luz que, en vez de colarse, se iba por su ventana.
Se apretó la cabeza. La recordaba leyéndolo mientras trabajaba en la carpintería; quitándole los anteojos de culo de botella mientras le decía que se vería más interesante con otro modelo; cuando se le quemaba la comida y le decía que el sabor a quemado era su ingrediente secreto; recordaba que ya no estaba y las lágrimas brotaban y se derramaban en el suelo.
La recordaba en los pasos de vals que jamás volvería a bailar.
Se acercó de nuevo al tocadiscos y acomodó la púa una vez más. Movió el pitch hasta que lo ajustó al mínimo y la canción volvió a sonar. Volteó despacio, moviendo la cabeza de lado mientras él saxo la llamaba: ahí estaba sentada, en medio de la habitación con el vestido blanco y la falda abierta en el suelo. Se acercó entre giros y la tomó de la mano, invitándola a bailar el vals que nunca dejaría de escuchar.
¡Hola, hola, soñadores! ¿Cómo están? Espero que de maravillas. ¿Qué tal los trata octubre? Ya se ha ido el año practicamente y no sé en qué momento han pasado tan rápido los meses.
Este cuento lo escribí el año pasado. El vals de Shostakovsky es una delicia, así que se los dejo en las manos de este talentosísimo hombre.
Espero lo disfruten
¡Un abrazo!
que increible tu entrada
ResponderBorrartienes magia dorada
esa magia que se trasmite solo cuando una es una gran escritora
Un abrazo
Roxana, gracias por tu hermoso cuento y por compartir la música que lo acompaña. Precioso
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