Canción de amor caducada — Capítulo 1
Canción de amor caducada
Capítulo 1 |
Debía haber unas doscientas personas en el salón. Las luces apagadas de las lámparas y sólo aquella máquina de luces de colores iluminaba todo mientras la música con ritmo repetitivo y a un volumen que aturdía retumbaba entre las paredes y la gente. Abel estaba sentado, contra una pared. Acaparó el plato de sanguchitos de miga y miraba a los demás sacudirse al son de la música o de lo que sentían, casi que no podía llamar a esos movimientos un baile al ritmo de la música. Dudaba de poder llamar al ruido que escuchaba música. Para lo único que se había levantado de su cómodo asiento, fue para agarrar el plato de sanguchitos que estaba en la mesa de al lado. Entre la charla y las ganas de bailar, ninguno se había percatado de que la comida desapareció. La oscuridad lo ayudaba a seguir tranquilo con sus planes de comer, cumplir con su asistencia a la fiesta y luego, desaparecer, así como la comida de su plato.
«Lo único que vale la pena de estas reuniones, es la comida» pensó en cuanto terminó de comer y se sacudió las migas de las manos con una prolija tranquilidad y se levantó. Una de las amigas de su hermana lo invitó a bailar apenas vio que hizo un movimiento fuera de su zona de confort, pero terminó siendo rechazada sin mediar palabras mientras él salía a tomar aire en el jardín.
El camino de piedras era iluminado por farolas altas, dándole un aspecto más cálido y colonial. La fragancia de los azahares era el detalle perfecto para pasear en la noche por ahí. Alejado de la fiesta, había un quincho grande con un asador y tres mesas puestas a lo largo en el centro y a la derecha, una verja alta blanca, a juego con el cerámico del piso.
—Apuesto a que prefería un buen asado y una reunión rápida.
La voz femenina lo sorprendió, más bien, lo asustó. Volteó en dirección hacia donde ella estaba y respiró rápido al verla del otro lado de las rejas, apoyada contra ellas. No la había visto hasta que se hizo notar e iba luciendo un vestido que tenía un brillo mucho más intenso con la luz de la luna, como el que solían usar las estrellas de Hollywood cuando iban a sus premiaciones.
—Prefería no venir.
La única razón por la que estaba ahí era su hermana. Si ella no le hubiese insistido toda la bendita semana con su asistencia a la celebración, se habría quedado en casa leyendo o viendo una película antes de ir a dormir.
—Pero ya estás aquí, así que debes divertirte.
La mujer dio la vuelta y entró al quincho quedando en frente de Abel. Él no era tan rápido para hacer las cosas, salvo que estuviera muy motivado y éste no era el caso. Lo tomó de la mano mientras él se quedaba mirando su cabello color calabaza de un tono particularmente brillante mientras el olor a champagne llegaba con fuerza hasta él, mezclado con un perfume dulce, como a vainilla. No podía definirlo bien por el alcohol.
—Lo sé, apesto. Derramaron una copa de champagne encima de mí, pero eso no me impide bailar contigo —dijo animada colocando una de sus manos en su cintura, aunque él estuviera un tanto reacio a aceptarlo.
—No sé bailar.
—Yo tampoco. Improvisaremos —respondió igual de entusiasta ante su negativa, sonriendo alegre haciendo notar los hoyuelos de sus mejillas. Y lo hizo girar con ella.
Abel, rápido y queriendo dejar el baile de lado, apretó la mano en su espalda y la atrajo contra su pecho deteniendo sus pasos en un momento. El olor del champagne se hizo presente de nuevo y sin quererlo, se quedó viendo sus labios en un intenso color magenta, a tono con el vestido púrpura que llevaba ella. Y como si le hubiese dado una descarga, la soltó abruptamente rascando su nuca y mirando hacia otro lado. Él no tenía esas intenciones, sólo salió a tomar aire y no a bailar ni a socializar con nadie. La gente simplemente no se le daba bien.
—¡Bah! ¡Qué aburrido! —exclamó ella con las manos en la cintura con un fuerte suspiro. Y como un soplo de brisa, volvió a acercarse a él, enérgica y negada a obtener una respuesta que no le gustara— caminemos entonces —le dijo tomándolo de la muñeca y llevándolo fuera del quincho.
Los tacones le complicaban caminar por el camino empedrado, así que no tuvo prisas en quitárselos y seguir caminando al lado. Él miraba en silencio cada una de sus movimientos, debía ser una de las interacciones más largas que había tenido con alguien que no fuera de su familia o de su trabajo. Una vez veían su falta de entusiasmo y ganas por seguir cualquier conversación, se terminaban por alejar, ella, por el contrario, insistía en quedarse. Y no entendía las razones.
—Me tengo que ir. Que tenga buenas noches —la miró, agachó la cabeza y se fue.
Aquella reacción volvía a tomarla por sorpresa ¡de la nada se iba! Y sin siquiera entrar a despedirse al salón. Constanza se quedó viendo su espalda y lo siguió. Salieron al camino y ella iba tras sus pasos. Abel ya lo había notado hace rato, pero iba sin decirle nada. Se detuvo y ella hizo lo mismo.
—Esto podría llamarse acoso.
—Podría, pero yo sólo camino en el mismo sentido que usted. No veo como eso pueda ser ilegal —respondió ella con las manos en la espalda, sosteniendo sus zapatos. Llevaba casi un kilómetro caminando descalza detrás de él.
Él volteó a verla con expresión de cansancio ¡qué carácter tenía! Por suerte, él tenía la paciencia de Buda. Hizo un escrutinio amplio aún en la oscuridad de la noche. Sus pies estaban sucios y al ver el camino, también pensó que le debía estar costando caminar, que la ruta era bastante irregular y corría riesgo de lastimarse, especialmente, con la poca visibilidad del suelo, podría encontrar cualquier cosa. Pero veía que su sonrisa seguía intacta como si nada de eso le afectara. Abel movió lentamente la cabeza hacia su hombro y se masajeó el cuello antes de caminar hacia ella, ponerse de espaldas e inclinarse.
—Vamos.
Esa sola palabra la dejó perpleja, mucho más con su actitud.
—Vamos —repitió— te llevaré o te lastimaras —dijo mirando por encima de su hombro.
—¿En serio me vas a llevar a turucuto hasta la parada?
Él asintió y volvió a insistir a llevarla.
—¿No te vas a arrepentir a medio camino?
—No.
—¿Seguro? —insistió ella mientras él rodaba los ojos— está bien, está bien. Pero no quiero reclamos.
Constanza esperara que le dijera algo sobre su peso o que no iba a poder cargarla hasta la parada, pero no sucedió nada de ello. Abel fue tranquilo sin quejarse una sola vez.
—¿Por qué insistes en acercarte?
—¿Eh? ¡Oh, claro! —exclamó ella apoyando el mentón en el hombro de él— parecías triste en la fiesta. Y una fiesta no es precisamente el lugar para estar triste. Quería al menos, sacarte una sonrisa. Pero pareces tener menos humor que las piedras —lo dijo con resignación. Ni siquiera le hablaba como para poder encontrar algo que le gustara y de ahí, averiguar un poco más de él.
Contrario a lo que esperaba, él se rio. Constanza se irguió y se estiró hacia el frente para verlo sonreír, emocionadísima. Pero aquello sólo consiguió que Abel perdiera el equilibrio y cayera al suelo con ella encima, rodando a la vera del camino.
Ambos se quejaron del golpe. Abel, se levantó mientras Constanza alzaba la cabeza y se quitaba el cabello de la cara, lo miró y comenzó a reírse con fuerza. Él quiso contenerse y terminó contagiándose y riendo con ella.
—¡Te reíste! ¡Dos veces! —exclamó orgullosa de su nueva victoria.
Él enseguida enserió y se puso de pie sacudiéndose la tierra, las ramas, evitando mirarla, aunque con todos sus esfuerzos, no logró quitar la sonrisa de su cara.
Le tendió la mano mientras ella acomodaba su vestido y buscaba con la mirada, sin erguirse completamente, sus zapatos. Él encontró uno entre la hierba mientras que el otro, había quedado en el camino.
Seguir andando después de eso no fue tan difícil, aunque era Constanza quien más hablaba de los dos, el camino hasta la parada se hizo demasiado corto y en cuanto llegó el colectivo, llegó la hora de despedirse.
Era momento de volver a casa.
Turucuto: cargar a alguien en la espalda.
¡Hola, soñadores! ¿Cómo están? Espero que de maravillas. He tenido esta historia en el otro blog, antes del cambio, así que voy a ir resubiéndola de a poco en el blog.
Además va con alguna corrección y más prolijito.
Espero la disfruten
¡Un abrazo!
Uy que tierno capítulo me gusto. Te mando un beso
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