El alma de las cosas
—Encontré algo para pasar el tiempo —dijo Francis dejando una fotografía de un barco sobre la mesa. Johann la tomó en sus manos y Maya se estiró sobre su hombro para poder verla también.
La cafetería en donde estaban estaba desierta, sólo ellos tres en una de las mesas, el mesero que esperaba al lado de la barra que llegara algún otro cliente para atenderlos y la cajera que jugaba con su celular sin prestarle atención al resto del mundo.—¿Qué con eso? ¿Perseguimos un barco fantasma con nombre de postre? —preguntó Maya tomando la fotografía en cuánto su hermano se la ofreció. No le veía nada de especial al Imperial ruso.
—Es un museo. Cuenta con varios objetos antiguos, algunos rescatados desde el fondo del océano. Unos se restauraron, otros se exhiben tal cual fueron encontrados.
—¿Y? —Johann se estaba impacientando mientras le echaba la cuarta cucharada de azúcar a su café, siendo Maya quién le quitara el frasco antes de que terminara haciendo un almíbar con ello. Aunque esto no lo tomó a bien, ya que intentó quitárselo sin éxito.
—Tres personas han muerto ya. No hay arma homicida y ni una sola huella— y fue suficiente para que su pelea por el azúcar acabará ahí, volviendo más interesante todo.
—¿Un fantasma? —preguntó ella llamando al mesero para que se llevara el azúcar de la mesa— morirás de un pico de azúcar si no te moderas —lo regañó ella metiéndole la mano en el bolsillo de la chaqueta para quitarle aquellos sobrecitos que siempre tenía consigo, sabiendo qué es lo que se enfrentaba al tener a Johann cerca.
—Soy tu hermano mayor. Puedo morir de la forma que yo quiera —dijo frustrado dándole un sorbo al café sin estar a gusto todavía.
Maya sonrió triunfalmente cuando vio su gesto dejando la fotografía en la mesa para terminar su desayuno.
Irían en la tarde. El barco tenía hora de salida para ese día y Francis ya había comprado los boletos aun a queja de Johann, quién no era de los más asiduos a un viaje en un barco. El mar no era algo que realmente le gustara. Si terminó cediendo por completo, fue porque Maya lo mandó a quedarse en el hotel por su miedo al agua. Y eso fue todo lo que necesitó para demostrarle que no tenía miedo, aunque se sentía bastante arrepentido al estar en el barco ya.
Esperaron a que las exhibiciones quedaran cerradas para poder ingresar sin gente que los interrumpiera. Aunque había guardias en el ingreso a las salas del barco y algunas, que no les eran permitidas el acceso al estar reservadas sólo para la primera clase. Pero con la ayuda de Johann, usando su don de la hipnosis, lograron pasar y prohibir la entrada a nadie al lugar, incluso, habían convencido al guardia de apagar las cámaras durante el tiempo que ellos estuvieran dentro, no podían arriesgarse a que sus rostros quedaran grabados en las cámaras de seguridad, no con la policía siguiéndole los pasos por la desaparición de su madre y su abuelo.
La habitación estaba casi en las penumbras salvo por las linternas que ellos llevaban consigo, al ser una exposición cerrada y acabado el tiempo de visita, no había razón para facilitar la entrada ahí, aunque los brujos tenían varios trucos bajo la manga.
Maya sacó una joya de color azul con una cadena de plata, la cual, fue acercando a los objetos. Era una perla hechizada que podía detectar la presencia de las almas en pena, mucho más efectivo que los detectores de fantasmas que podían confundir con las señales eléctricas un espectro, la ventaja de esto es que era seguro, si había un espíritu allí, iban a encontrarlo.
—Es la última sala y aún no hemos visto nada —dijo Francis sin mucho entusiasmo. Habían dado una vuelta completa a todo sin lograr ningún tipo de reacción en la joya hasta ahora.
—¿Y si es una persona? En las películas siempre hay un asesino que no deja huellas. A lo mejor, aún no hemos encontrado esa huella —conjeturó Johann mirando a su alrededor, tomando en manos una caracola de oro —¿Por qué alguien necesita un adorno así? —Preguntó mirándolo por todos lados. Sus hermanos sólo se encogieron de hombros y finalmente, dieron su búsqueda por finalizada.
—¿Y si nos equivocamos? Dimos por hecho de que era un fantasma al no haber huellas en la escena del crimen, pero ¿podría ser algo más? Era la única posibilidad que les quedaba a la que podían enfrentarse, así que no tuvieron más que analizar muertes un poco más detenidamente para saber qué es lo que tenían en común las tres víctimas, lo que les daría una pista sobre lo que estaba sucediendo en el museo.
Johann sacó la computadora portátil de su mochila y la encendió mientras Fran sostenía la linterna, Maya daba una vuelta por la zona en donde decían, habían aparecido los cuerpos sin vida.
—Muchachos, vengan aquí— los llamó asomándose por el umbral que conectaba dos salas cuando vio un hacha de metro y medio saltando hacia ellos— ¡Al suelo! —Gritó y lanzó una bola de fuego de sus manos hacia donde estaba el hacha, logrando que retrocediera gracias a ello y dándoles tiempo para escapar de ahí.
El arma era enorme y estaba algo oxidada en el filo y la inscripción que estaba sobre el manga, más, lo interesante es que tenía como un par de piernas que salían de las altillas de la madera y un ojo en la hoja metálica, con un párpado oxidado.
—¿Qué diablos es eso? —Gritó Johann sorprendido llegando hasta donde estaba su hermana menor.
—No tengo idea, pero parece que el fuego no le hace nada. ¡Corran! —Ordenó Fran dándoles un leve empujón en la espalda para que apresurasen el paso donde pudieran protegerse, al menos, hasta averiguar cómo vencerlo.
Llegaron a la primera sala y se escondieron detrás de un auto de los años sesenta, quedando Johann asomándose esperando que no apareciera de nuevo, al menos, no hasta que tuvieran un plan que pudieran llevar a cabo.
—Muy bien, no volveré a subir en un barco con ustedes dos —respiró Maya agitada encontré esto donde estaba el primer cadáver, son astillas de madera, estaban a los bordes del zócalo y creo que ya sé de quién es —dijo entregándole el pañuelo donde las había juntado cuando el hacha apareció lanzándose sobre el auto, quedando clavada en el capó del mismo, dándoles tiempo para correr.
Francis usó la telequinesia para mover el auto y mandarlo contra la pared, logrando que el hacha quedara aún más enterrada en el metal. Aun así, no había sido suficiente para detenerla, que en cuanto el auto cayó al suelo, logró zafarse de él y salir en su caza nuevamente. Era uno de sus enemigos más peculiares y fuertes, pues, hasta ahora, nada le servía para detenerlo.
—Chicos —dijo Johann preocupado llevando la caracola en la mano —tenemos un problema más grande todavía —se detuvieron viendo que la caracola estaba perdiendo agua. Comenzó como un hilillo que apenas mojó el bolsillo del muchacho más ahora, salía un chorro que iba aumentando la cantidad y la fuerza, llegando a cubrirlos rápidamente sin que pudieran escapar del agua que los había aprisionado a los tres.
Lejos de lo que esperaban, se vieron en una burbuja debajo del agua. Todo había cambiado para ser ahora, no la sala de exposición, sino, el fondo del océano. Contrario a lo que habían estado esperando, no se estaban ahogando y no tenían idea de cómo había sucedido todo de manera tan repentina y por culpa de la caracola que Johann aún tenía en su poder.
—No sé si agradecerte o golpearte —respiró sonoramente Maya mirando a su hermano sin saber cómo debía reaccionar. Se habían salvado momentáneamente, pero ¿era para mejorar o no? Hasta ahora, si su medio de transporte llegaba romperse, verían una muerte segura.
—Primero lo primero: ¿por qué estamos en una burbuja en el fondo del océano? —Preguntó Francis apoyando la mano en la pared con algo de miedo y sus hermanos que habían dejado de respirar momentáneamente al ver lo que estaba por hacer.
Un suspiro de alivio se escuchó cuando notó que a pesar de que parecía ser una superficie blanda, era bastante resistente que hasta se había animado a darle un par de golpecitos, comprobando que era de un material sólido, por la textura, parecía una resina ¿realmente lo era? Con sus vidas tan pobladas de cosas raras y fuera de cualquier explicación lógica, no les sorprendería saber que así era.
La burbuja se dirigió por el mar, saltando rocas, viendo a los cardúmenes de peces y animales marinos que no habían pensado encontrar nunca. Hasta vieron pasar a un tiburón en las profundidades, siendo ignorados por el mismo. Sí sabían es que los estaba dirigiendo a algún sitio por alguna razón que no conocían.
—Parece un tour, pero sin el guía— dijo Johann sentando en el suelo con las piernas cruzadas y una cara de aburrimiento terrible. Tampoco podían moverse demasiado ahí por ser un espacio reducido y mucho menos, tenía algún tipo de señal como para intentar usar su computadora para resolver las cosas por ese medio. Todo lo que podían hacer era esperar pues, habían pensado que llevar a cabo algún tipo de hechizo, podría costarle la vida, después de todo, tampoco conocían exactamente cuánto era capaz de resistir la burbuja y no estaban en condiciones de averiguarlo tampoco.
Entre los restos de un bote, se detuvo bruscamente, haciéndolos tambalear por la forma de frenar. La burbuja desprendió una luz brillante que alumbró los restos del bote. Ahí se podía ver la madera podrida y roída por el agua y el tiempo y un esqueleto que estaba atado a la misma, como si hubiese intentado sobrevivir a una tormenta en el océano sin éxito alguno.
—¿Qué se supone que debemos hacer con eso? —Preguntó Maya contrariada. Lo último que les faltaba a ellos es hacer un tour en el fondo del océano para ver huesos. Como si no vieran demasiados en tierra.
No lo sé ¿Querrá que lo busquemos? —Dijo Francis y la burbuja se sacudió un poco cuando hizo semejante pregunta— ¿Debemos tomar eso como un sí?
—¿Y qué haremos con eso?
Los tres se encogieron de hombros. Lo usual sería deshacerse de los restos, pero no entendían la razón para ello. Sin embargo, parecía que era la razón por la que debían estar allí: rescatar el esqueleto del fondo del océano.
—Iré yo. Dame tu navaja —extendió la mano hacia Johann aún sin saber cómo salir y volver a entrar, pero si lo que quería era eso, quién sea que estuviera controlándolos iba a ayudarlos a que fuera de esa manera. Al menos, al brujo no le quedaba más que confiar en que iba a suceder de esa forma y no que iba a terminar ahogándose con el cadáver antes de si quiera poder volver.
—Pero puede ser una trampa —dudó su hermano antes de entregarle el objeto punzante.
—Podría ser. En todo caso, estamos atrapados aquí, si eso puede llevarnos de nuevo arriba, hay que intentarlo.
Ninguno pudo decir nada ante ello. Francis era terco, como todos en la familia, era algo hereditario que cuando algo se metía en su cabeza, no había fuerza humana o divina que los detuviera. Así, vieron al frente como la burbuja empezaba a moverse, como su fuera a bullir. Francis apoyó su mano sobre esa zona y atravesó la pared, sintiendo su mano húmeda al estar en el agua. Tomó aire y se impulsó contra el muro, saliendo de él con rapidez, comenzando a nadar hacia el bote hundido.
Maya y Johann lo veían nervioso desde la burbuja. En un momento, ella se negó a permanecer allí, siendo detenida por su hermano antes de que hiciera una locura. No necesitaban tener más problemas por ahora ni causarle uno mayor a Francis que ya demasiado tenía luchando por soltar las amarras.
En cuanto lo tuvo en mano, procuró tomarlo con delicadeza, la suficiente como para no desarmarlo y tener que volver a nadar para conseguir algún hueso desencajado que la corriente arrastrase lejos de ellos.
El aire comenzaba a escasearle, haciendo un movimiento involuntario que acabó haciéndolo perder casi lo poco que le quedaba, generando varias burbujas a su alrededor. Aun así, siguió apresurándose todo lo que su cuerpo le permitía al estar bajo el agua y con tanta presión en su cuerpo. Nadar allá abajo no era nada fácil, menos, siendo tan cauteloso.
Apenas llegó a la entrada, Johann lo tomó del brazo y lo jaló al interior, sintiendo la respiración agitada de su hermano por la falta prolongada de aire.
Maya hizo al lado al esqueleto dándole espacio para que se sentara, cuando de repente, se vieron en la habitación del barco. El piso estaba mojado debido a Francis y al lado, residía con ellos los restos que habían rescatado del fondo del mar.
Miraron a su alrededor y Johann se animó a recorrer la habitación, golpeando la pared para confirmar que era real todo lo que estaba sucediendo a su alrededor.
—Esto nos supera incluso a nosotros —se quejó molesta Maya buscando unas toallas. Su hermano estaba helado y no era para menos después de lo que había pasado en tan poco tiempo sin que llegaran a entender todavía cuál era la gran misión que tenían— Johann, tira eso antes de que acabemos quién sabe dónde de nuevo —lo señaló por la caracola que antes había comenzado a actuar raro ¿realmente sería que las cosas del barco estuvieran malditas? Por ahora, la teoría que podían manejar bien era esa, así que debían encontrar el origen de la maldición, algo que no era sencillo ni si quiera para ellos, mucho más cuando había tantos objetos con una historia detrás en el barco. Podría llevarles mucho, incluso, un viaje podría no ser suficiente.
Mientras ella iba por un café, Johann quedó buscando sobre maldiciones y objetos que pudieran tener semejante habilidad. Pero no halló nada. Internet tenía absolutamente de todo, por eso, le resultaba tan frustrante cuando no hallaba algo tan necesario ahora. Intentó de varias formas y se lamentó de no tener la biblioteca de su abuelo que, con ello, seguramente, podrían haber encontrado algo útil, después de todo, había pasado toda su vida viajando y estudiando a cada criatura con las que se había encontrado, debía tener un registro de cosas que cobraban vida. Y pensando en ello, terminó por probar con algo tan simple como eso. Después de saltar más de cien resultados sobre muñecas que cobraban vida, películas de terror basadas en historias reales, siempre con una muñeca asesina por detrás, decidió tomarse un descanso ¡jamás iban a encontrar nada al respecto!
—¿A quién llamas? —Preguntó Johann al ver que Maya marcaba en su celular.
—A Ciro, ha vivido durante siglos, debe tener alguna idea de esto.
—¿Estás segura de que ha aprendido a manejar el celular ya? —Agregó Francis poco esperanzado. No hacía mucho que lo habían sacado de la cueva y lo habían prácticamente lanzado al mundo exterior sin que tuviera la más pálida idea de lo que era las nuevas tecnologías. —Esperemos que encuentre el botón para responder— musitó mordiéndose la uña del dedo pulgar en lo que empezaba a caminar nerviosa por la habitación sin obtener nada.
Intentó seis veces hasta que, en la séptima, logró escuchar la voz de Ciro:
—No sé por qué estás sonando ¿Te has descompuesto? —Le preguntó Ciro al celular y se escuchó en la habitación por el altavoz.
—Ciro, soy yo, Maya. Es una llamada —le explicó aunque dudaba que fuera a entenderlo. Aún creía que se tendrían que haber quedado un tiempo juntos antes de que se fuera, pero era difícil luchar con un carácter como el de él— necesitamos de tu ayuda. Seguro puedes tener acceso a los archivos del abuelo si vas a la cabaña del norte ¿podrías buscar sobre objetos malditos o que cobran vida? Tenemos un pequeño problema en el barco.
—No te olvides de la contraseña— le recordó su hermano mayor mientras seguía en la computadora.
—¡Es cierto! Debes cantar ‘Rock you like a hurricane’ cuando estés en la puerta. No preguntes, cosas del abuelo —cortó rápidamente con el tema— ¿puedes llamarnos en cuanto sepas algo?
—Sí, lo haré —pero aun cuando tenía esa confirmación, Francis le hacía seña de que seguramente, no iba a encontrar el método, así que era más seguro que ellos lo llamaran.
—Mejor te llamo en ¿dos horas? —se corrigió ella y dicho esto, terminó la conversación al sentir el tono del otro lado. Le había cortado sin más, probablemente, se habría equivocado de botón, pero no importaba, al menos, el mensaje estaba dado.
—¿Estás segura de que va a saber qué canción es? El abuelo la cantaba siempre, pero Ciro es… peculiar —decía Francis enlazando sus manos al sentarse en la silla frente a ella. Un pequeño detalle que no había tenido en cuenta, hubiese sido más fácil cantarle el fragmento que decirle el nombre de la canción, pero confiaba en que iba a poder hallar la forma de entrar ¿no es así? Era un fénix después de todo.
******
Casi amanecía y aun no lograban tener nada de información de Ciro. Habían intentado llamarlo varias veces sin tener éxito alguno. Ya no sabían qué más podían hacer y contaban aun con el esqueleto en la habitación, por lo que no podían abandonarla ¿qué harían si entraba un empleado? Porque viajar con restos humanos en mal estado es de lo más común.
—¿Qué haremos con él? —Maya decidió cubrirlo con una manta. Le daba impresión verlo ahí.
—¿Crees que estén relacionados al barco? —Johann se dejó caer en la cama de espaldas, el aburrimiento y la falta de respuestas lo tenían mal.
—Es mucha coincidencia para pensar que no es así ¿Cuándo las cosas raras que nos suceden no están relacionadas? —Dijo Francis poniéndose de pie, dispuesto a ir a buscar algo de comer, fue cuando Ciro se le apareció en frente, apenas un paso de distancia entre los dos, tomándolo por completa sorpresa —¿Cómo…? ¿Por qué? ¿Cómo es que apareces así? —Logró articular al fin una frase completa.
Sus hermanos habían reaccionado de una manera similar, irguiéndose rápidamente en sus sitios.
—¡Encontré algo! —Exclamó con alegría. La expresión de felicidad quedaba reflejada en sus ojos rojos mientras levantaba la mano con un viejo libro cosido a mano, entregándoselo a Francis al estar más cerca.
—Más importante ¿desde cuándo puedes teletransportarte? —Volvió al tema Johann, los muertos y las cosas podían esperar ¡Tenían a un fénix que podía hacer semejante cosa! No podía quedarse con la duda.
—Siempre he podido hacerlo, pero olvidé cómo hacerlo— explicó con tal tranquilidad que les resultó irritante.
—¿Cómo te olvidas de una habilidad natural? —Preguntó Maya y Ciro acabó encogiéndose de hombros.
—No siempre recuerdo todo. Hay baches en mi memoria, a veces se llenan, a veces, no.
—Nos encargaremos de tu amnesia en cuanto acabemos con esto —Interrumpió Francis leyendo el cuaderno de su abuelo— tenemos que empezar a conseguir varias cosas para el hechizo. Tenemos que ir a la cocina y vamos a necesitar organizarnos —comenzó a poner orden en la habitación —Ciro, necesitamos que alguien vigile la habitación. Si algún encargado entra, tienes que esconder el esqueleto. No importa dónde, sólo escóndelo— y estaba a punto de seguir con sus hermanos cuando volvió a mirarlo —pero mantenlo completo. Puede que lo necesitemos luego —aclaró por si las dudas o iba a tener que emprender la búsqueda de los restos también— Maya, necesitaremos entrar a la cocina. Los distraerás, Johann y yo revisaremos la despensa.
—¿Por qué no pedírselo a Ciro? —Preguntó Johann y al ver que tocó el cráneo y éste rodó por el suelo viendo el vano intento de colocárselo de nuevo sin éxito supo que su pregunta había estado demás— olvida lo que dije.
Salieron de la habitación con una mochila para cargar las cosas que iban a necesitar. Iban a necesitar ir con cuidado después de todo, había cuatro cocineros allí, al menos, los que estaban en la cocina, por lo que iba a ser una tarea ardua.
—Yo puedo deshacerme de uno o dos —dijo Johann pero Maya tenía una mejor idea, empujándolos hacia un lado para ella hacerse cargo de todo. Se aclaró la garganta y pegó un grito tan fuerte que hizo que uno de ellos terminara volcando la preparación con bowl y todo. Los cuatro salieron de la cocina encontrándose a Maya llorando en el pasillo. Al estar en un sector poco concurrido más que por los empleados, sólo ellos estaban para hacerse cargo de la situación.
Los muchachos corrieron dentro y se metieron al pasillo que daba a la despensa revisando rápidamente la lista y buscando entre los estantes las hierbas que iban a necesitar. Sólo esperaba que pudieran conseguir todo.
Intentaron calmarla, hacer que les contara lo que le sucedía, cuando ella gritó que alguien la perseguía, aferrándose al brazo del que iba a buscar al personal para que se hiciera cargo de Maya. Necesitaban ganar tiempo y no estaba segura de que Johann pudiera hipnotizarlos nuevamente, después de todo, aun no se manejaba demasiado bien con ello, así que era mejor ir por lo sano.
—Ustedes encárguense de ello. Yo iré a limpiar y seguir con la cena. Pronto comenzaran a presionarnos —dijo uno de ellos abriéndose del grupo. Pero no podía permitir que eso sucediera. Se presionó a pensar y lo único que se le ocurrió fue quemar algo. Se concentró en la puerta de personal haciendo que las llamas emergieran del suelo y llegaran a la mitad de la puerta. El pánico ocasionado por el fuego hizo que rápidamente se olvidaran de ella y corrieran por los extintores, vio salir a sus hermanos y tomó carrera por el pasillo junto a ellos, disminuyendo el fuego al hacer un movimiento de su mano, dejando consternados los cocineros.
Se fueron tan rápido como pudieron, intentando no levantar más sospechas de las que podrían haber causado ya. En cuanto llegaron a la habitación, pudieron respirar con completa calma.
Vaciaron las mochilas, que habían sacado algunas cosas extras para poder hacer el hechizo y el talismán.
—¿Y Ciro? —Preguntó Maya al salir del baño al no ver al fénix en la habitación.
Dejaron las cosas sobre la mesa de noche que habían vaciado para llevar todo a cabo.
Francis se peinó con los dedos molesto: ahora tenían que encontrarlo. Lo peor es que no tenían ni si quiera una pista de qué es lo que podía estar pasando por la cabeza del hombre como para saber dónde buscar.
—Supongo que tendremos que esperar a que regrese —suspiró cansado volviendo al conjuro— si no terminamos con esto y encontramos la conexión entre todo esto, posiblemente, muera alguien más— fue serio Francis al decir eso, entregándoles el libro de su abuelo para que le leyeran el procedimiento.
—¿Qué se supone que haremos con esto? —Preguntó Maya.
—Según el abuelo, los tsukumogami son objetos que cobran vida al cumplir un siglo. Si hacemos el hechizo, lo comprobaremos. Aunque puede ser difícil llevarlo a práctica cuando un hacha nos persigue —explicó Francis.
—Pero son dos los que vas a hacer —intervino Johann
—Tenemos el esqueleto con nosotros y esa caracola. El abuelo me enseñó hace tiempo, un hechizo para invocar un recuerdo de los restos de una persona. Posiblemente, haya sido el dueño de todo y eliminarlos juntos sea la clave para exterminarlos. Pero sólo podemos hacerlo una vez, así que mejor estar seguro de ellos—
—¿Y por qué te enseñó eso a ti? —Johann estaba algo indignado de que sólo le hubiese enseñado a él el hechizo, acercándose a ver más de cerca todo.
Francis mostró una discreta sonrisa en sus labios, remangándose la camisa, como si escondiera algo detrás de esa mirada lo que les causó más intriga a los dos.
—Es un hechizo prohibido. Para hacerlo, debes dar la mitad de tu energía para darle vida a esos recuerdos. Es peligroso. Y fue suficiente para que intentaran impedirlo más, el celular de Maya sonó, acabando por suspender la discusión momentáneamente: era Ciro. Sentía que era una cosa increíble que hubiese llamado, contándole que habían ido a cambiar las sábanas de la habitación, toallas y otras cosas, teniendo que salir rápidamente de allí, pero les aclaró que el esqueleto estaba en perfecto estado, aunque aún llevaba el cráneo en sus manos. Maya quiso decirle que no llegara, pero en cuanto Francis le quitó el teléfono y le dijo que volviera, Ciro apareció ante ellos como si nunca se hubiese ido.
Tenían ganas de gritarle un par de cosas, obviándolas al saber que no iban a llegar a nada con ello. Por ahora, debían concentrarse en lo importante: limpiar el barco de todo ente sobrenatural.
Retomando el conjuro, comenzó a recitar el fraseo cuando la luz se fue. Ciro, aprovechando que estaban ellos solos, dejo que las llamas aparecieran en su brazo, creando su propia fuente de luz de esa manera, aunque se veía como un humano, seguía siendo un fénix, uno muy torpe, por cierto.
—Creo que tenemos un problema mayor— dijo Maya al ver que los restos habían desaparecido del lado de Ciro
—Fran, termina eso pronto— Johann corrió buscando el bolso para sacar sus armas al ver que el esqueleto que hasta ahora venían cuidando, se había erguido despidiendo un resplandor verdoso alrededor de su cuerpo.
Francis se concentró en la preparación mientras sus hermanos se encargaban de mantenerlo a raya. Definitivamente, iba a ser uno de sus trabajos más complicados de llevar a cabo, especialmente, por no tener más que suposiciones para hacer todo.
—Por casualidad ¿no te habrá enseñado a contener un esqueleto? —Johann golpeo los huesos del torso, esperando desarmarlo de esa forma y poder ganar tiempo, pero parecía estar hecho de un material reforzado que ni el golpe con el pie de la lámpara había servido para ello, desatando la furia del enemigo, acabando estrellándose en el baño, con la mesada.
Ciro intentó ayudar quemándolo sin ningún tipo de éxito mientras Maya intentaba que su hermano reaccione.
Fue cuando Francis articuló la última frase y tiró el contenido del bowl al suelo con fuerza. Hubo una explosión y el humo de colores que salió de la marca que quedó tallada en el suelo envolvió al esqueleto y como si fuera una proyección, vieron un fragmento de su pasado. No era un simple pescador, ni si quiera, estaban seguro de que fuera simple. La escena proyectada en la nube de humo mostraba a un hombre fornido que usaba un hacha para matar personas. Removía las partes de su cuerpo y las conservaba en su hogar gracias a la taxidermia. Escenas realmente horribles pasaron en ese momento, haciendo que sintieran asco, más, acabó cuando Francis tambaleó sosteniéndose de la mesa de noche, cuidando de no tirar el talismán.
El esqueleto dejó de brillar brevemente y fue suficiente para que Francis lo aprisionara contra la pared con su telequinesia.
—Maya, Ciro. Hay que llevarlo a la exhibición —y le indicó a su hermana que tomara el bolso con sus armas y el talismán.
Ciro posó sus manos en los hombros de los hermanos y llegaron a la sala donde habían sido atacados anteriormente. Habían dejado a Johann en la habitación o acabaría más herido de lo que ya estaba.
Les indicó qué es lo que tenían qué hacer o al menos, lo intentó. Tal como el humo le había mostrado, el hacha tomó posesión del esqueleto destruyendo todo lo que había a su alrededor, impidiéndoles que pudieran llegar a actuar como debían: estaban dispuestos a acabar con los tres. Su mayor problema es que Francis estaba casi sin fuerzas, siendo socorrido por ambos para salir ilesos, aunque Ciro no salió tan bien parado al detener uno de sus ataques, acabando con un corte en el brazo.
—Yo me encargaré de darles tiempo. Lo que tengan qué hacer, háganlo —dijo Ciro alejándose de ellos, sosteniendo el hacha por el mango, deteniendo el ataque que iba directo a él. Más, era un enemigo formidable para estar muerto, que les estaba causando más problemas que cualquier vivo.
El fénix cubrió todo su cuerpo con las llamas, extendiéndolas al contrario sin tener mucho efecto, pero se daba cuenta de que retrocedía al hacerlo.
—¿Recuerdas cómo pedir la fuerza de un dios? Ponlo en práctica ahora —y le entregó el talismán— tiene belladona —y eso fue suficiente para que supiera a quién debía pedir auxilio.
Maya se puso de pie acercándose al lugar de la batalla, impregnando el talismán con su energía, comenzó el conjuro:
—Inesperada y poderosa. Presentante ante mí y préstame tu fuerza ante el fulgor de estas llamas —y lanzó el talismán hacia el esqueleto. Ciro se hizo a un lado cuando el camino de fuego salió de los pies de Maya haciendo un círculo alrededor del esqueleto —cúbrelos con tu abrigo oscuro mientras tus perros llevan su velo hasta las profundidades del infierno— finalizó y el fuego se hizo tan potente que tuvieron que resguardarse detrás de una estatua y aun así, el calor que llenó la habitación fue agobiante, haciéndolos creer que morirían calcinados.
Cuando las llamas se apagaron, quedó todo en una perfecta oscuridad. Ciro los volvió a alumbrar usando su cuerpo para ello, viendo las maras de quemaduras y los vidrios y objetos rotos que quedaron en el museo. En el suelo, quedó marcado el más evidente: la forma de esqueleto sosteniendo un hacha.
—Creo que no podremos disimular esto —dijo Maya mirando a su alrededor. Al menos, estaban vivos.
—¿A quién le pediste poder? —preguntó Ciro curioso.
—A Hécate, la reina de las brujas. La belladona es su favorita —sonrió complacida y sumamente cansada. Lo mejor que podían hacer era desaparecer de la escena del crimen antes de que alguien llegara.
******
Ninguno podía ocultar su emoción al bajar del barco. Era un viaje que no querían repetir por nada del mundo. Ciro los acompañó hasta una cafetería, después de escucha algún cuchicheó sobre el accidente que había tenido su museo, el fuego espontaneo que había ocurrido en el barco y como gran parte de las muestras habían perecido con ello. Lo interesante era el grabado del suelo, posiblemente, cuando averiguaran si había sido causado por un fuego espontaneo o no, fuera a parar al museo. Pero sería un tema del que no querían enterarse.
—¿Te quedarás con nosotros? —Preguntó Maya al fénix— podremos averiguar más sobre tus lagunas, tu memoria.
—Posiblemente no. Tengo que llevarla al océano, a un punto donde no pueda volver, pareciera ser su deseo— y les mostró la caracola que los había llevado a todo eso.
—¿Cómo sabes qué es eso lo que quiere? —La tomó Johann en sus manos una vez más y sintió como si palpitara —¿es otro tsukumogami? — Él asintió y la vio derramar agua de su interior una vez más. En el suelo, se formó un cuenco donde se veía un espejo y en el espejo se reflejaban los rostros de sus padres y su abuelo.
Los tres quedaron sorprendidos al ver eso ¿cómo es que sabía? Era en vano preguntar, era una caracola después de todo.
—¿El espejo es una pista para hallar a nuestra familia? —Preguntó Maya, más cuando miró a u lado, Ciro ya no estaba. Sólo ellos tres con una esperanza renovada de volver a ver a su familia.
—¿Entonces? —Johann se encogió de hombros metiendo las manos en los bolsillos.
—Entonces, hay mucho sobre los espejos que debemos investigar —se adelantó Francis buscando las llaves de su auto. Aun tenían una larga investigación por delante y seguramente, muchos más seres horribles con los que pelear, hasta eso, se concentrarían en lo que tenían a mano.
—Pero primero, vamos a desayunar. Muero de hambre— dijo Johann entrando al auto en el asiento de copiloto.
—Pero yo quiero ir a la cabaña y dormir —dijo Maya siguiéndolos.
—Duerme atrás. Iremos a comer. Esta herida en mi cabeza no sanara con ayuno.
—Así comas de todo, tus problemas mentales no se solucionarán —y le sacó la lengua a punto de hacerle una rabieta— Fran, decide —y ambas miradas se posaron sobre su hermano mayor.
—A mí no me metan. Yo sólo conduzco —se encogió de hombros dejándolos discutir por su próxima parada, disfrutando esa repentina cotidianeidad con sus hermanos, después de todo, a habría tiempo para la magia.
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