Soñando uno de tus sueños

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Canción de amor caducada — Capítulo 2


Canción de amor caducada Capítulo 2

El día estaba gris. Constanza aún con el augurio de la lluvia, se había sentado en una mesa afuera de una cafetería. Apretó bien su campera y subió la bufanda hasta su nariz ¡el frío no le iba a ganar! Ante cada adversidad, aumentaba su optimismo de una manera proporcional, como si le inyectasen entusiasmo cada vez que algo no iba de acorde a sus planes.

Se frotó las manos y sopló su aliento entre sus palmas antes de sacar un cuaderno, varios apuntes y cubrir la mesa con los papeles. Aprovecharía para terminar de hacer sus trabajos. Lo malo fue que su café no tardó demasiado en llegar, así que el perfecto desorden que había hecho en la mesa, se vio deshecho con su pedido. Apiló todo al lado mientras el mozo le preguntaba si no prefería quedarse en una mesa del interior, donde estaría más cálida y podría ponerle una mesa más grande. Pero terca como era, se negó, bajó la bufanda para agradecer, con una brillante sonrisa, por la atención y el café.

Apenas el mozo se fue, tomó la taza entre sus manos y las mantuvo contra la porcelana aprovechando su calor y se tomó un instante para oler la esencia del café: era fuerte, tal como le gustaba. Y al levantar la vista, vio a alguien conocido.

—¡¡Abel!! —gritó en cuanto lo vio pasar. Dudó un instante, pero era él— ¡¡Abel!! —repitió el grito alzando la mano y sacudiéndola para que la viera.

Él dudó. Se paró en seco cuando oyó su nombre y quiso seguir andando, pero ella volvió a llamarlo. Apretó los ojos y se quedó en silencio.

—¡Abel! —dijo en tono cantarín— yo sé que te gusto. No hace falta que te hagas el difícil.

Él no supo qué hacer. Por un momento, pensó seguir de largo, pero se sentía demasiado observado. Y nervioso. Y con un nudo en la boca del estómago. Dudó desde el fondo de sus entrañas, pero ante la llamativa forma que tenía ella de pronunciar su nombre como si fuera la estrofa de una canción, respiró hondo, apretó sus manos en los bolsillos de su sobretodo y se volteó a saludar.

—Pero ¡no te quedes ahí! Acompáñame con un café —señaló la silla y le hizo una seña al mozo para que se acercara a la mesa aun con Abel negándose a ello— no vas a dejar a una mujer tan bella tomando un café sola —le dijo haciendo puchero y mientras cada célula de su cuerpo le decía que no, agarró la silla y se terminó sentando en la mesa con ella mientras Constanza cambiaba su gesto triste y aplaudía feliz— ¿Vas a trabajar? —preguntó curiosa al ver su portafolios.

Nada pasaba desapercibido ante esa mujer.

—Salgo —respondió escueto él y en cuanto llegó el café, hizo un gesto con la cabeza y le echó el azúcar mirando la taza y cada tanto, alzaba la mirada hacia Constanza.

—¿A qué te dedicas? ¡No! Déjame adivinar ¿profesor? Tengo un profesor en la universidad que es igualito a ti. Es súper apasionado con su materia, pero luego que le entra un pánico cuando ve gente y sólo se dedica a mirar al suelo. Jamás he podido intercambiar un saludo con él en el pasillo porque ve gente y pareciera que ve al diablo en calzoncillos.

Él apretó los labios intentando no reírse, bebiendo un sorbo del café. Era una mujer curiosa. Cualquier persona al verlo tan poco sociable ya se habría alejado. Era de los que prefería estar un rincón solitario viendo a los demás, como un perfecto sociólogo. Él estaba cómodo así. Pero la tenacidad de Constanza era algo que jamás había visto antes.

—Apuesto que tú tienes algo que te enloquece también.

—Hasta ahora, me he mantenido cuerdo —respondió Abel sonriendo.

Ella rápidamente golpeó sus palmas y señaló su rostro.

—¡Ahí está de nuevo! ¿Ves que sí sabes sonreír? Y te queda lindo —él tapó su boca y ella, alzó la taza de café— vamos, vamos. Dime si acerté con tu profesión. Beberé el café así no te interrumpo —señaló la taza.

El aire escapó de su boca y debido al frío, veía el vaho de su aliento frente a él. Se aseguró que ella diera un sorbo al café y recién, le respondió.

Era bibliotecario en la biblioteca municipal, una de las más grandes que tenía la ciudad y una de las que Constanza jamás visitó. Amaba los libros y leía muchísimo en su tiempo libre, mismo, en el trabajo, cuando tenía pocos pendientes que atender en la biblioteca. Y le dedicaba tiempo. No había libro fuera de su estante ni alguno que estuviera en mal estado. Era sumamente cuidadoso con el trato que recibían los libros en la biblioteca y algunos más viejos, él mismo se había tomado el trabajo de encuadernarlos y dejarlos como nuevos para que pudieran seguir siendo usados.

—Tú estudias.

—¡Casi termino! Estoy a dos materias ¡dos! De comenzar mi tesis —y levantó sus dedos índice y mayor moviéndolos mientras hablaba— dentro de poco, seré farmacéutica y podré darte drogas fuertes así no seas tan introvertido —bromeó y Abel casi se ahoga con el café. Le tomó unos instantes recuperarse y volver la vista hacia ella quien se reía sin pena alguna— bromeo, bromeo. Si te doy drogas, no te vas a enterar —le guiñó el ojo y ya no supo si era cierto o no. Pero en cuanto ella se rio al ver su expresión, sonrió.

Abel consideraba a Constanza alguien demasiado inusual.

—No eres muy hablador ¿no? —se inclinó hacia el frente con la taza de café entre sus manos.

—No se me da bien la gente.

—¡Qué bien! Porque soy muy buena con eso. Cuando nos veamos de nuevo, te enseñaré —dijo triunfal echándose contra el respaldo de la silla después de beber el último sorbo de café.

Abel tragó saliva. Un tercer encuentro con ella no estaba entre sus planes, pero las mejores cosas de la vida sucedían sin estar planeadas. Aun así, dudaba. Constanza venía a cambiar todos sus planes de seguir su vida de manera solitaria. Se sentía como en el giro en la trama principal del libro y él estaba en una encrucijada.

—El fin de semana ¿Qué te parece? No trabajas ¿verdad?

—No, no. Pero tenía planes.

—¿Y qué ibas a hacer? —preguntó curiosa.

¿Qué iba a hacer? Se sintió dudoso de realmente decirlo, pero ella insistía. Más que dudas, era vergüenza. No era un plan que cualquier persona diría y tampoco era la excusa perfecta para escapar de una salida. Aún así, lo dijo en voz alta.

—Iba a leer. Estoy a medio de una novela, la parte más interesante.

Ella apretó los labios intentando no reírse. ¿La iba a rechazar sólo por eso? Sonrió y se sintió enternecida por aquella sinceridad que demostró al contarle sus planes.

—Te prometo que te vas a divertir mucho más que con esa novela.

Sus ojos brillaron mientras le decía aquello. Abel veía la vida rebosar en su mirada como una fuente de agua clara. Y aunque pensó en decirle que no coincidirían en su concepto de diversión, el espíritu inquebrantable de Constanza lo hizo cambiar de opinión. Ya sabía que no había forma de darle un no como respuesta, sin importar cuánto se esforzase.

Llegaría el sábado: el día que saldrían a divertirse.

Capítulo 3

¡Hola, hola, mis queridos soñadores! ¿Cómo están? Espero que de maravillas ¡Tanto tiempo sin publicar por aquí! Me desligué un tiempo de todo, pero aquí estamos de nuevo.

He tenido mucho trabajo en este tiempo y aunque he escrito, no he publicado nada. Pero ya irán viendo más capítulos, cuentos y fanfics. Y algunos dibujitos nuevos.

Estoy participando de dos fanzines ¡En inglés! En español, nada, que poco movimiento hay en los fandoms, pero lo que es inglés ¡Uff! Hay para todos los gustos y fetiches y tuve la suerte de ser seleccionada en dos de ellos. ¡Así que ahí vamos! Cuando salga, les estaré compartiendo todo para que puedan curiosear al respecto.

Es todo por ahora.

Espero tengan un maravilloso día.

¡Un abrazo!

1 comentario:

  1. ¡Que interesante! Poco a poco y ánimo con tu nuevo proyecto del fanzines. Un besito

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