Soñando uno de tus sueños

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Un poco de eternidad


Un poco de eternidad

Se levantó del suelo y se apoyó en la pared. Tenía la pierna lastimada. Deshacerse de aquel espíritu le había costado mucho más de lo que pensaba y Misa no iba tan preparada como hubiese necesitado. Lo que menos esperaban, era tener que enfrentarse a algo así. Era un simple hechizo de protección que debían hacer en la vivienda antes de que sus nuevos dueños fueran a vivir en ella. Tan sencillo era su trabajo que no temió en llevar a Elián con ella y fue uno de sus errores, pues, había terminado herido por su causa.

Justo cuando creía que podía tener bajo control, uno de los adornos salió volando hacia él: un candelabro y al quitarlo del camino, le dio en la pierna, rasgando el pantalón y dejando la piel herida al descubierto. Pero Misa era terca como para darse por vencida por algo como eso: había salido de peores y lo haría también ese día.

Se puso de pie con gesto de dolor en su rostro y preguntó a su novio si se encontraba bien. Salvo por el golpe, no tenía nada, y con eso, ya podía seguir adelante, lanzando un último hechizo que finalmente, logró desvanecer al espíritu que quería apoderarse de la casa. Y con eso, todas sus fuerzas se habían desvanecido, cayendo al suelo cansada. Las peleas de ese tipo no eran lo suyo, pues, combatir con un espíritu maligno suponía disipar toda su energía negativa y la única manera de hacerlo, era usar la energía positiva para ello, lo que acarreaba un gran gasto de la misma para potenciarla y que se esfumara. Por eso, prefería a los monstruos.

Elián se puso de pie y la ayudó a levantarse.

—Debes ir a un hospital.

—No —lo detuvo levantando el dedo índice a la altura de su boca para que no siguiera con su argumento— vamos a casa. Yo me encargaré de esto.

No iba muy a gusto con los doctores, mucho menos, si debía quedarse más tiempo del que debía, en eso, se parecía demasiado a su padre y como tal, si tenía que quedarse a descansar, iba a ser en la comodidad del hogar. Y Elián sabía que, con eso, no tenía cómo discutir, que contra una bruja, nada podía hacer.

La llevó a casa y tuvo que salir de nuevo para comprar vendas. En el camino, vio un jardín lleno de crisantemos. Eran especiales aquellas flores entre blanco y algunos pétalos a medio teñir de rosado, como si se hubiese filtrado el tinte. Una señora salió a la puerta con una bolsa de mandado y entonces Elián se acercó y le preguntó si podía llevar alguna flor con él para su novia. Con gusto, la mujer le dejó elegir las que quisiera del jardín, aunque modesto, sólo tomó una de ellas y agradeció antes de marcharse.

Al llegar a casa, vio a Misa levantada, limpiando lo que había quedado en la bacha de la cocina. Elián apenas la vio, la regañó y la mandó a quedarse en la cama, él se encargaría de todo. Pero era terca, terca como no había conocido a ninguna mujer antes. Dejó las cosas sobre la mesada y se acercó a ella para llevarla de nuevo a la cama después de que secara las manos con un repasador. Cuando al fin la recostó, fue por las vendas y el agua oxigenada, para limpiar su herida y dejarla descansar. Quitó las gasas que tenía encima de manera precaria e hizo un mejor trabajo ahora que tenía todo. Así, cuando termino de limpiar y vendar su pierna, la arropó. Y con entusiasmo, le entregó el crisantemo blanco con tintes rosados a ella. Pero en cuanto ella lo tocó, el crisantemo se marchitó como por arte de magia.

—Lo siento, aún tengo secuelas del espíritu —dijo ella con pena por no haberse dado cuenta de ello antes.

—¿Eso es malo?

—Sólo necesito purificarme y estaré bien. No es la primera vez que hago esto —le dijo con una sonrisa ignorando la expresión afligida que él puso en su rostro, lo abrazó— Sabes que no me va a pasar nada ¿verdad?

Elián no respondió. Su problema era no sólo que le pasara algo, sino que él no era capaz de hacer nada para ayudarla. De pronto, se sintió como ese crisantemo que se había marchitado en un instante. Él era así. Las brujas podían vivir siglos y él, un simple humano, con suerte llegaría a vivir un siglo. Pensó que podría estar con Misa ahora, que podría cuidarla, pero sólo ahora. Cuando el tiempo pasara de nuevo, él se vería alejado de ella y la dejaría sola. Y él se preocupaba porque su vida estaba llena de peligros… y él deseaba un poco de eternidad para estar a su lado.

Correspondió el abrazo de Misa, cerró los ojos y se impregnó de su perfume: su momento de eternidad.

¡Hola, gente linda! ¿Cómo están? Les traigo un corto cuento de estos dos personajes de mi novela, ¡Qué ya era hora de que los subiera!

Elián y Misa son personajes secundarios, pero en los cuentos aprovecho a darle algunos momentos más de protagonismo, así que iré compartiendo varios momentitos de los dos.

Espero que lo hayan disfrutado.

¡Un abrazo!

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