Los muertos no dan besos
Entre el humo de cigarro y el extraño olor que entra por la ventana por culpa de la estación de servicio de al lado, se hunde en su anestésico. La nostalgia le abrasa los nervios y para no olvidarse que aún le duele, echa sal en la herida y la rasca con los dedos hasta dejarla en carne viva.
Toma el trago para sus mariposas ahogadas en vodka y da una calada al pucho, se fuma sus sentimientos. El diablo ya no lo espera ni lo acecha, se ha dado cuenta de que él es suficiente verdugo para sí mismo. Cada recuerdo es una bala que le atraviesa el corazón, pero no lo destruye. Lo sangra, lo quema, lo desgarra un poco más, pero sin que llegue a ser mortal.
Jura que la ama, pero aún no puede abandonar la casa. Su espíritu aún revolotea entre la cocina y la biblioteca. Siente su perfume imponerse ante su vodka y se ríe ante su duelo que persiste en un tiempo que se estanca.
La promesa resuena entre los hielos del trago sin que sus sentimientos puedan ser ahogados. Está seguro de que el dolor le estrujara los años. Aun así, se queda, enciende otro cigarro. Ya no hay más siestas en la sala y hasta las partículas de polvo ya no bailan igual en la ventana. Y hasta
está seguro, que la luna tucumana que se cuela en su casa ya no es capaz de enamorar a Atahualpa… y es todo porque falta.
Se levanta y piensa en quitarse la barba, sabe que ella la odiaba. Se sacude las ganas y el desconsuelo y el agua de la ducha le quita las costumbres que ya no usa. Está perdido y lo acepta, sabe que la casa ya no es su casa porque ella falta. Y antes de seguir juntando polvo en sus recuerdos,
lo tira todo. Los besos, los momentos, hasta las marcas que le dejó en su cuerpo. Y se marcha.
Sabe que los muertos no dan besos y aunque le sobran los motivos para olvidarla, en alguna parte de su alma está el fatídico deseo de encontrarla y volver a amarla.
La eternidad le pesa, le detiene el reloj, le quita la esperanza. Nada lo llama, pero hay leyendas que hablan de curar la muerte. Sabe que es irreal, pero no le queda a nada más que apostar. Tampoco tiene qué perder. Cuelga una mochila en su hombro con lo justo y necesario, despide al fantasma que habita la casa, con más mentiras que verdades; con menos sueños y más realidades. Con una promesa que desea hacer realidad, aunque sólo sea una mentira más…
Me gusta el clima sombrío que lograste.
ResponderBorrarUn abrazo.